jueves, 23 de abril de 2015

Mi vida como una hormiga (V)

Estación de Atocha. ¿Cómo irá hoy? ¿Qué me encontraré?. Cambian las caras, cambia el entorno, pero todo sigue siendo igual. Mensajes indirectos en los periódicos. Presión demoledora. En los tiempos que corren, una persona de cincuenta años que cae en las garras del paro está condenada irremisiblemente a vagar hasta el fin por ese hades que nuestros próceres han preparado para nosotras, las putas hormigas.

Y uno no puede hacer más que lo que hace. Resistir. Luchar. Tragar toda la mierda que diariamente te sirven en bandeja para impedir que seas expulsado de esta balsa de la medusa. Agachar la cabeza cuando, en lo más profundo de tus entrañas te gustaría escupirle a "esos" a la cara lo que te corroe por dentro. Hacerte cómplice de trapicherías, mamoneos y otras mierdas. Nadar intentando que, al menos, la mierda viscosa que te rodea no te llegue al cerebro. Que no cubra tus neuronas y te haga cambiar. Cuidar tu cueva. Blindarla para que las arremetidas del enemigo no derrumben tus defensas. Conservar limpios tus paraísos, que son pocos. Aquello que siempre ha contribuido a proteger tu integridad, a salvaguardar tu intelecto. Aquello que te hace diferente.

El tren arranca. Me dejo mecer por la vibración que transmiten sus ejes. A mi alrededor, hormigas con alas, esa categoría superior, han abierto sus ordenadores. Necesitan estar conectados para que les vean desde sus oficinas centrales. No vaya a ser que piensen que durante las horas de trayecto son improductivos. Qué asco. Cuánta basura.

Leo en el periódico una frase que capta mi atención. De Gabriel Marcel. "Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando cómo vive"...

¿Me he planteado seriamente cuál es el sentido o el rumbo de mi vida? Es posible que mis fracasos deriven de este no tan simple hecho. ¿Este camino es producto de una decisión nítida y categórica surgida de mi interior? En cualquier caso, existiendo un factor incontrolable como es el entorno, no tiene sentido atacar la cuestión desde ése ángulo. Si el entorno cambia o muta, si las premisas iniciales no se mantienen, entonces las decisiones que se toman no se revisten de tanta importancia. Y de ahí surge el cambio continuo. Cuando las paredes de la habitación comienzan a estrecharse, hay que salir de la habitación antes de resultar aplastado.

Así que uno reflexionó y decidió vivir como pensaba. Encaminó sus pasos por el camino que más se ajustaba a sus necesidades y preferencias. Apretando el culo, avanzó por él. Se internó por veredas, bosques, valles y montañas que le gustaron hasta que, súbitamente, al doblar un recodo, se encontró con un paisaje desolador. Todo había cambiado. Aridez. Sequía. Desolación. Tristeza. Este ya no era su camino. Aquí no disfrutaba caminando.

Pero tenía que seguir. Pararse significaba morir. Quizás en otro recodo todo volviera a ser como antes. Pero desde ese momento sigo alcanzando cotas, subiendo rampas, bajando pistas, doblando recodos. Y cada vez, cuando asomo los ojos con la confianza -cada vez menor- de ver la mutación del entorno, descubro desolado -cada vez menos- que todo continua igual. Un paisaje radioactivo, ceniciento, opaco, sin agua, sin provisiones. Y sólo un pensamiento. Sólo una salida. Seguir caminando. Poner un pie delante del otro y el otro delante del otro. Siguiendo a tu nariz. Buscando el recodo definitivo, Tántalo moderno. Y lo peor es la escondida certeza de que ése recodo no existe. Que estaba en otro camino. En aquélla o aquéllas bifurcaciones a las que llegaste en otros momentos pasados. Aquéllas en las que tuviste que decidir izquierda o derecha. Jugándotelo todo. Y lo hiciste. Lo hiciste. Con dos cojones. Y todavía no sabes -aunque lo intuyes con más fuerza a cada minuto- si la elección fue acertada. Puta ruleta. Puta suerte.

Mi vida como una hormiga (IV)

De nuevo en la oficina. De nuevo con la mierda al cuello. Asuntos que me la pelan. Problemas que no lo son. Llamada del Iluminado, preocupado por algunos incidentes registrados en la delegación de Granada.

- ¿Has leído sus correos?

- Justo acabo de hacerlo

- ¿Y qué te parece?

- Me parece que hay un problema de base y que habría que replantear las cosas de nuevo.

- Eso mismo pensaba yo.

Los cojones, tronco. No tienes ni puta idea de lo que ocurre y me llamas para que te limpie el culo de tu propia mierda.

- Habría que reunirse con ellos de nuevo...

Claro. Tu estás al lado. A una hora de coche. Puedes hacerlo.

- ¿Cuándo puedes acercarte?

¡Ja!. Lo sabía, cabrón. No vas a mover tu culo gordo. Para eso estoy yo. Aunque me encuentre a setecientos kilómetros. Aunque mañana esté en las antípodas captando nuevas hormigas para tu enriquecimiento personal. Aunque me deje la puta piel en la carretera. No. Tú no te vas a mover.

- Mañana estoy en Donostia. Voy a ver la mejor combinación para estar en Granada pasado mañana.

- Buena idea. Ya me confirmas...

Por supuesto, hijo de puta. Que tú no te muevas es la mejor idea. Ya me hago cargo yo, grandísimo cabrón.

- Hablo con el director de Granada y te digo algo en cuanto lo tenga claro.

Vete a la mierda. Voy a ir porque mientras viajo, leo. Mientras leo, vivo. Y porque leyendo o escribiendo me mantengo cuerdo. Porque poner kilómetros de distancia entre tú y yo es la mejor pócima para conservar la cordura.

Estoy mirando y buscando las mejores combinaciones para llegar allí. Una puta mierda. Este país no puede llegar a nada si para llegar a cualquier punto inviertes más tiempo que el que te lleva arreglar cualquier asunto. Me temo que tendré que utilizar mi coche. Y pensar que tú vives a una hora escasa... ¡puajjj! ¡qué asco me das!

martes, 21 de abril de 2015

Mi vida como una hormiga (III)

Un día más en el paraíso. Es viernes y sueño con el fin de semana, como una hormiga más. Lo primero que hago es intentar reconciliarme con lo poco de humano que queda en mi. Intento reconciliarme con mi conciencia y redacto una carta de recomendación para mi última víctima. Paso de formalidades hueras. Escribo algo con las tripas, en un intento de meter algo de humanidad, de aire fresco, entre tanta mierda. Lo envío.

Millones de correos se acumulan en la bandeja de entrada. Una compañera ha sido madre. Pobre bastardo. Si supieras lo que te espera volverías al coño calentito del que acabas de salir.

Aquí el ambiente es asfixiante. Una de las chicas con las que comparto espacio va a ser despedida por mi en unos días. Respecto a ella no tengo dudas. No merece estar aquí. Aún así, compartir espacio con un cadáver ambulante es desagradable. Sobre todo cuando notas que el malestar hacia ella flota en el ambiente y que percibe señales inequívocas del futuro inmediato que le aguarda. Eso le hace ser ridículamente solícita y artificialmente amable, haciendo nauseabundo el contacto con ella.

El dia transcurre anodino. Trabajo puramente administrativo. Tedio. Sopor. Llamadas en cascada que impiden continuidad en alguna tarea. Y esas putas ganas de fumar que me asaltan intermitentemente. Me cago en mi puta vida.

Y ya es lunes. I don´t like mondays. No haré como Brenda Ann Spencer. No me pondré a disparar a pobres cabrones para solucionar mi mierda mental.

"The silicon chip inside her head
gets switched to overload
and nobody´s gonna go to school today
she´s gonna make them stay at home
And daddy doesn´t understand it
he always said she was good as gold
And he can´t see no reasons
´cos there are no reasons
What reasons do you need to be shown?"

Es lunes. El fin de semana se me ha vuelto a escapar entre los dedos como el mercurio de un termómetro. El viernes, la estupenda y yo salimos a proveernos de material para la resistencia... el Live Aid del 85 para recordar buenos momentos de buena música, cuando la vida parecía eterna y nosotros inmortales. The Last Waltz de Scorsese, un buen paquete de Philip Glass y, cómo no, algo de Bukowski, de Murakami, de Eco, de Bolaño, de Buarque... tablas; maderos para seguir construyendo la balsa y no morir en este naufragio imperceptible en el que estamos metidos.

El sábado salimos a comprar algún regalo para mi padre. Buscaba un chaquetón de lana amorosa, con bolsillos y cuello para las frías tardes de invierno. Me gusta imaginármelo embutido en él, trabajando en sus libros, fumando y tomando café (descafeinado ya, ¿verdad, viejo?, ¡qué putada!). Luego fuimos a ver casas en venta, buscando un refugio para el frío invierno de nuestras vidas. Un hueco donde escondernos y dejar pasar el tiempo rodeados de nosotros mismos, habiendo sido abandonados por los chicos. Ya queda poco para que salten del nido y deberemos trasladarnos a un nido más pequeño.

El domingo hubo reunión familiar para celebrar el cumpleaños de mi padre. A regañadientes fuimos. No puedo sustraerme de estos eventos. Siento el reloj en el tiempo de descuento para mis padres y tengo necesidad de verlos. Setenta y cuatro años. Siempre elegante. Cada vez más pequeño. La piel cada vez más transparente. Los ojos cada vez más glaucos, más apagados. Menguando.

Ayer temblaba su mano izquierda. Ayer tiritaba de frío cuando salimos a fumar un cigarrillo. Ayer me pareció más pequeño que nunca. Más frágil. Como siempre, hablamos de banalidades. Nunca de temas serios, de asuntos personales. Te amo, padre. Con un amor inmenso. Pero morirás sin haber hablado conmigo. Sin saber nada de mí, al igual que yo no sabré nunca nada de ti. Te llevarás contigo tus secretos. Tus anhelos. Tus pecados. Tus ilusiones. Y yo tendré que seguir adelante sin saber realmente quién eres. Quién fuiste. Jamás hemos sabido hablar. Jamás encontramos la forma de hacerlo. Cada vez que nos hemos visto, cada vez que hemos compartido un cigarrillo, el dolor de la oportunidad perdida me ha asaltado. Te escapas, padre. Te vas de mi. No sé cómo hacerlo. Y eso me tortura. Y me torturará cuando no estés. Lo sé.

Mi vida como una hormiga (II)

Otro día en el paraíso. A las cinco de la mañana me despierta mi estupenda mujer para devolverme a la realidad. Mecánicamente entro en la ducha mientras vuelvo a ver reflejada en el espejo del baño mi figura deformada por esos jodidos michelines que no logro eliminar. Al menos, mi polla sigue levantándose dura y emergiendo gloriosa debajo de mi abultado ombligo.

Hoy voy a joderle la vida a otra persona. Me meteré en el cuerpo más de dos mil kilómetros para hacer que alguien más engorde las filas del paro. Sostenibilidad, equilibrio económico, crisis,... la misma mierda de siempre. Además, me reúno con otro grupo de hormigas que quieren dejar de serlo, llevadas por mis promesas de enriquecimiento instantáneo y milagroso.

Desayuno de manera descuidada, a pesar de mis michelines. Como siempre, tras el café mataría por un cigarrillo, pero lo he dejado. Puta vida. Cago como un bendito leyendo a Bukowski y se me va la noción del tiempo. Mierda. Tendré que correr camino de la estación. Correr para no perder un tren que no quiero coger. Que me va a llevar a un sitio al que no quiero ir para hacer algo que no quiero hacer. Puta vida.

De nuevo en la estación, me sumerjo en otro hormiguero. Trajes azules y grises, corbatas siempre mal anudadas, obreros de cuello blanco por todas partes. Que os jodan. Hago lo mismo que vosotros. Cabeceo sumiso ante el mismo amo. Tengo vuestros mismos miedos. Pero al menos ya no llevo vuestros uniformes. No me ahorco con una cuerda de seda. Permito con ello que mi cuerpo esté conectado con mi cabeza y nos movamos sincronizados. No como vosotros que usáis la corbata para impedir el riego sanguíneo a vuestra cabeza. Para desconectaros del mínimo pensamiento crítico y convertiros en zombies obedientes. Para evitar el regusto del asco. Ese asco que yo vomito en el papel. Por lo menos me queda esto.

Quizás esta vez sí lo termine. Quizás esta vez pueda convertirse en algo parecido a un libro. Se agolpan en mis estanterías cuadernos llenos de pensamientos, de reflexiones. No tengo ni puta idea de cómo hacerlo, pero a veces me asalta la entonación de que consigo que me publiquen algo. Que dejo de trabajar como una hormiga. Dedicarme sólo a escribir. A vomitar todo el odio que llevo dentro. Escribir, vivir, follar con mi mujer. Volver a fumar. Ser un autor maldito. Que me paguen por escribir lo que pienso, pero callo. Callo porque lo que pienso no gusta. Y tengo que gustar a algunos gilipollas para que me paguen para poder vivir.

Sigo en el tren. Hoy soy el destino de alguien. Soy un punto de inflexión en la vida de otra hormiga. De otra víctima. No me gusta mi papel ¿Y a quién le importa?. Que me jodan.

Estoy ahora sentado en un banco del Carrer de la Marina. Barcelona. A mi derecha, la Monumental. A mi izquierda, las agujas de la Sagrada Familia, siempre escoltadas por las agujas amarillas de las grúas. En el fondo, la Sagrada Familia es todo el conjunto visible: la piedra y las grúas. Veo pasar a los verdaderos pobladores de esta ciudad: los japoneses. Estoy a diez minutos de enfrentarme con mi nueva víctima. Joder, cómo me apetece un cigarrillo. Joder, qué poco me apetece este futuro inminente. Me tiro algunos pedos mientras escribo esto, sin duda fruto del estómago revuelto que tengo. Quisiera parar el puto reloj, como en el bolero, pero es imposible. He intentado sacar algunos euros del cajero con la tarjeta de empresa y me ha devuelto un mensaje siniestro. No hay fondos. Estupendo. Otra vez tengo que financiar esto de mi propio bolsillo, confiando en que me devuelvan el dinero cuando regrese a la empresa. Bonita jodienda. Llamo a las oficinas centrales y me justifican lo injustificable aduciendo que hemos tenido que pagar una tarjetas de visita. Las nauseas que siento tienen un origen muy concreto... vienen del vértigo generado por un desastre que presiento muy cercano.

Estación de Sants. Esperando a otra hormiga incauta. Acabo de cometer la tropelía. Una más. La boca me sabe a pedernal. Es el regusto de la injusticia. Otra cara de sorpresa, de angustia, de desconcierto... Otro fantasma más para mi galería nocturna de pesadillas. Mentiras. Apestosas trolas. Motivos económicos. Nada más.

-¿Pero ha habido algo en mi desempeño que haya motivado este despido? - me pregunta la hormiga.

- Nada. Créeme. Si no fuera por la crisis, esta situación no se habría producido. Profesionalmente tu comportamiento ha sido intachable. - Mientras piensas, "joder, deja ya de hacerme preguntas. ¿No ves que no hay remedio? Coge el puto dinero y corre. Corre hacia tu destino. Corre hacia tu futuro. Con nosotros no podría ser más negro. Salta de este tren antes de que descarrile".

Pero lo que realmente dices es: "no debes hacer de esto un drama. Piensa en ello más bien como en una oportunidad. Ahora podrás dedicarte en cuerpo y alma a tus estudios. Además, en caso de que la situación cambie, eres mi primera opción en la lista de contrataciones. No puedo pensar en nadie mejor".

Y no me gusta estar sentado más tiempo en esta mesa. Almorzando con mi víctima, haciéndole aguantar mi presencia y aguantando yo la suya. Como mi nueva hormiga me está esperando en Sants, pago rápidamente la minuta del repulsivo arroz que apenas he engullido y pongo pies en polvorosa.

Suena el móvil. Estoy dentro de las tripas de Barcelona, esperando el vagón de metro que me lleve a mi próxima cita. Estación de la Sagrada Familia.

-¿Cómo ha ido? ¿Cuántos?

Cuántas hormigas he conseguido encantar en tu nombre, grandísimo cabrón.

-En mi opinión, diez más.

-Muy bien.

Detecto en tu voz que tu podrido cerebro se ha puesto en modo caja registradora.

-¿Y qué han preguntado?

- Aspectos poco relevantes. Preguntas técnicas. De operativa. Nada de lo que nos tengamos que preocupar.

-Perfecto. Esto marcha.

Sí. Marcha para ti que tienes el culo gordo repantingado en mi antiguo sillón. Hasta eso me has usurpado.

-¿Y el despido?

Pensaba que no me ibas a preguntar, cacho mierda. Un desastre. Un caos. Una ejecución. Un palo más.

- Bien. Sin complicaciones. He aducido las razones económicas y no ha habido mayor complicación.

- Ok. Me alegro. Estamos en el buen camino. Eliminando grasa.

Grasa. Tocino. Hijo de puta. Eso somos para ti. Grasa eliminable que estorba tu grácil y etérea carrera hacia la tumba.

- Bueno - dije yo-. Indudablemente son menos costes fijos. Pero ella está razonablemente bien. Le he dejado una puerta abierta y la posibilidad de subirse al nuevo proyecto.

- Todo suma. Todo suma.

No, cabronazo. Tu restas. Tu multiplicas por cero todo lo que tocas. Está en tu pútrida naturaleza.

- ¿Sabes? - me interrumpe los pensamientos. He descubierto que aún podemos maquillar más las expectativas que tienes que ofrecerles. Podemos demostrar más beneficios.

- Ok. Está bien. Ya me contarás cuando llegue.

- Y aquellos rendimientos extraordinarios que en un principio prometí a nuestro socio catalán, he estado toda la noche reflexionando...

Y una mierda. Deja de venderme tus noches en blanco. Seguro que estuviste aguantando a la bruja con la que vives.

-... y he decidido no dárselos...

No sé por qué no me extraña. Tramposo cacho de excremento.

- ... en su lugar, voy a nombrarle vicepresidente asociado y a pedirle que nos represente e impulse nuestro proyecto...

Querrás decir mi proyecto.

-... en unas zonas que voy a definir. Por supuesto, a ti voy a nombrarte vicepresidente general. La máxima figura después de mi...

¿Y a mi qué cojones me importa? Llevo en esta puta empresa cuatro años y sigo cobrando lo mismo que el maldito día que puse un pie en ella. Mi viejo me enseñó un aforismo que me gustaría grabarte con un punzón en tu fea cara, grandísimo cabrón... "don sin din, cojones en latín". Me aburres. Me asquea pensar que piensas que tienes capacidad para engañarme. Ni una sola vez. Ni una, me has cogido por sorpresa. Te calé desde el primer día.

-... y los demás serán vicepresidentes asociados. ¿Qué te parece?

- Una propuesta difícilmente rehusable. Propia de tu generosidad.

¿Es que eres tan tonto que nunca vas a captar la ironía, jodido gilipollas?

- Bueno, te dejo. Que tienes otra reunión. Mucha suerte. Llámame cuando termines.

Y una mierda. Por hoy se acabó. Corro a refugiarme en mi tren. Allí no tengo cobertura para ti. Allí podré hablar con mi mujer, prepararme para volver a ella. Me sumergiré en mis lecturas. Escribiré si consigo enlazar un par de ideas coherentes y, con un poco de suerte, si proyectan algo decente, me alienaré con alguna película. Por hoy he acabado con esta farsa. Mañana volveré a impostar mi papel.

Mi vida como una hormiga (I)

- ¡Un gurú!. Eso es lo que tienes que ser. En eso tienes que convertirte. Es la única forma de conseguirlo. Debemos ser una secta. Pero que no se note...

Los ojos desorbitados.Vidriosos. En trance, como siempre que hablas del nuevo proyecto. El aeropuerto, abarrotado a esas horas de la noche, muestra la galería de horrores usual: pobres diablos disfrazados de laboriosas hormigas vestidas con trajes baratos de cortefiel a imitación de los trajes caros de Zegna, Boss o Armani de sus patronos, con cara asustada y cortes de pelo anodinos, acarreando maletines y trolleys de imitación y con el móvil a manera de apéndice indisociable de su rostro, al que gritan, suplican, o con el que justifican o destrozan a algún colega que tengan en su punto de mira. Todas las hormigas laborando afanosamente por no quedarse fuera del hormiguero. Aceptando misiones, horarios o responsabilidades de forma abnegada y ciega. Sin preguntarse, sin cuestionarse, sin plantearse nada. Seres grises o azules con una misión y un horario, que ya no se ven en el espejo.

Mataría por una copa de vino, pienso. Por una copa de vino y un cigarrillo. Puta ley de mierda que me ha convertido en un proscrito. Como si hiciera falta una nueva normativa para hacerme sentir así. Algunos somos proscritos desde la cuna.

- Podemos hacernos millonarios, cubriríamos un veinte por ciento del mercado con esta acción, pero debemos ser rápidos. Tienes que darte prisa...

Qué hijo de la gran puta, pienso. Tú vas a hacerte millonario. Tú vas a disfrutar del beneficio. Yo voy a partirme el lomo para convencer a algunas hormigas de lo maravilloso del proyecto, en el que, por cierto, has tenido muy poco que ver, cabronazo. Una vez más me has robado mis ideas y las has hecho tuyas maquillándolas un poco y cambiando cuatro gilipolleces. Precisamente las cuatro gilipolleces que pueden hacer que todo se tambalee.

- Imagina que en poco tiempo podremos hacer esto mismo en nuestro propio avión, cubriendo cuatro o cinco ciudades en un día...

Pero yo quiero descansar. Me aburre tu charla vacía. Tu discurso ambicioso. Yo quiero leer, escribir, salir a la montaña. Quiero beber mi vino admirando la cara exótica de mi mujer. Quiero follármela saboreando cada milímetro de su piel, como hacía cuando no te conocía ni trabajaba para tu empresa de mierda. Me jode tu presencia. Me jode tu ambición. Me jode tu ignorancia y tu dinero. Y me jode sobremanera viajar contigo. Aguantar tu verborrea inculta, guardar silencio en medio de tus ventosidades cerebrales, jugar a adivinar tu siguiente frase con un margen de error mínimo, porque desde que te oí por primera vez, nunca me volviste a aportar nada nuevo. Todo ello me ha llegado a crear una capacidad que ignoraba en mí: la de hacerte creer que te escucho, incluso con interés, mientras pienso en la mierda que me rodea, o me dejo llevar por las sensaciones del último beso que he dado a las preciosas tetas de mi mujer, o me río de los pobres cabrones que corretean a nuestro alrededor luciendo horrorosos relojes en sus muñecas, que consultan insaciablemente, como en un tic nervioso.

He engordado unos kilos últimamente. Me jode. Los pantalones me aprietan en la cintura. Hace unas semanas salí a la montaña con unos amigos y me noté más pesado. Tengo que vigilar esto, anoto mentalmente mientras pongo ojitos y asiento a algo que has dicho. Ni puta idea de qué. Siento que se disipa el cabreo que me ha cogido hace unos minutos, en el control de acceso a la puerta de embarque. Me ha tocado un rambo hijo de puta. Uno de esos seres anodinos, iletrados, uniformados y gilipollas que, por esos azares de la vida, se ve colocado en un puesto clave, en una posición en la que puede, por fin, ser alguien. Y el cabrón ha decidido ser alguien conmigo. Tres veces me ha hecho pasar por un arco de seguridad. Descalzo, casi desnudo. Toqueteado por sus manos torpes de aguerrido mercenario. He tenido que sacar el ordenador de la mochila, desenfundarlo de su bolsa roja antigolpes. Hasta me ha obligado a levantar la tapa. Y lo mismo con el proyector que últimamente llevo en mis desplazamientos para ilustrar las conferencias. Pásalo una vez. Vuelve a pasarlo desenfundado. Y para colmo, cuando cargado con cinco bandejas (ordenador, proyector, botas, chaquetón, chaqueta, mochila y bolsa de proyector) busco una mesa para volver a vestirme, llega a mi altura el gilipollas de turno:

- No hay que irritarse. Es por nuestro bien. Todo en nombre de la seguridad.

Hijo de puta. Serás gusano y analfabeto. Díselo al próximo iluminado que agarrando un reluciente cuchillo de acero inoxidable made in Albacete, obsequio de la clase business, te raje la yugular y secuestre el puto avión en el que viajas. Colaboracionista. Puta hormiga. Si puedo, le contaré a tu mujer e hijos lo que me dijiste hoy, en tu funeral.

- Como te digo. Un gurú. Tienes que mejorar tus presentaciones. Tienes que ser magnético. Tienes que...

Asco. Tengo que aguantar que de tu purulenta boca salga tanta mierda.


martes, 13 de enero de 2015

Facebook es el triunfo de Platón

Internet es la verdadera caverna de Platón. Exige continuidad. Demanda dedicación. Envuelve y atrapa hasta hacerte vivir en su dimensión virtual. Llega a hacerte confundir lo virtual con lo real y nos convierte en consumidores continuos de ficciones. Vivimos en su ficción, somos parte de este Matrix y consideramos anómalos a aquellos de nosotros que se resisten a integrarse.

Las redes sociales son galerías inmovilizadas en las que cada usuario va configurando su pequeño panteón de mierda. En palabras de Zygmunt Bauman, "Facebook es esa red donde puedes tener cien mil amigos, cuando yo en ochenta y ocho años no he tenido más de quinientos. Pero triunfa porque la gente se siente sola, abandonada, y porque no son proletariado, sino precariado. Las redes dan la sensación de no estar tan solo, de formar parte de algo".

La ingenuidad de la gente hace que piensen que cualquier cosa que cuelga en su perfil va a ser contemplada por el mundo entero. Pero no es así: los demás están demasiado ocupados colgando sus cosas y lanzando sus tuits para molestarse en leer o ver las porquerías de los demás. Puerilización evidente del mundo, todos necesitamos testigos de nuestro paso por este valle de lágrimas a la manera del tierno infante que reclama la atención de sus mayores cuando se lanza cuesta abajo con su primera bicicleta. Como los niños, nosotros también necesitamos testigos de nuestro paso -anodino la mayoría de las veces- por este mundo. La inseguridad se ha apoderado de todos nosotros; ahora todos exigimos espectadores de todas nuestras acciones y la vulgaridad se ha apoderado del discurso subyacente.

Y me pregunto si quedará mucha gente que no necesite testigos. Y en mi metaduda me encuentro yo mismo usando de aquello que critico, esperando que alguien en alguna parte abra el corcho de esta botella. Que alguien desenrolle el papel y lea esta misiva de náufrago. Y que sirva a alguien.

Decía arriba que Facebook es la caverna de Platón. Que vemos, leemos, escuchamos y compramos lo que indican las sombras que se proyectan en sus paredes. Así, Zuckerberg ha lanzado un club de lectura que ha conseguido en los primeros días de existencia una afiliación de más de un cuarto de millón de cavernícolas. Su funcionamiento es sencillo: él, como hechicero y hombre medicina,  maestro de ceremonias, indica a la tribu el título a leer/comprar. Y la tribu le sigue fielmente. Nadie cuestiona su criterio. Nadie se hace preguntas. Incluso aparecen los buenistas de siempre que en un alarde de integración alaban la iniciativa del multimillonario de treinta años agradeciéndole su incentivación a la lectura a aquellos que no han visto un libro en su vida.

Cualquier título que elija será puesto en solfa, es evidente, pero me pregunto si importa algo la biblioteca que vaya construyendo. Si hemos de perder el tiempo analizando sus veleidades culturaloides. En el fondo da igual. Supongo que el muchachito se mueve por otras razones más acordes con la imagen que tenemos de él: en primer lugar debe ser espeluznante saberse conductor y guía de tantos miles de incautos; es un masaje en el ego que debe alimentar las extrañas baterías de estos personajes. En segundo lugar, parece una estupenda prueba de mercado para orquestar un plan de ataque a Amazon y quitarle a Jeff Bezos (otro hombre medicina de la caverna) algo de su cuasi monopolio. Podríamos apostar a que en un futuro no muy lejano, Facebook va a ser (también) una tienda de libros. Contra o con Amazon, eso lo dirá el devenir.

Y ahora, me gustaría ver cómo están reaccionando los críticos, periodistas y empresarios que trabajan en los suplementos culturales, en revistas del ramo, en webs de cultura,... Esa esquina de la caverna debe estar agitada. Muy revuelta. Pero no creo que estén pensando en salir al exterior. Dentro se está más calentito.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra

En 2012 publiqué una reflexión que titulé "Informativos deformativos" (a quien interese puede leerla aquí). En ella terminaba invitando a boicotear el "aparato informativo oficial" promoviendo una búsqueda inteligente de la actualidad, articulando como eje central el pensamiento crítico.
Desde hace unos días me martillea en la cabeza un nuevo aspecto de esta vergüenza: la pobreza como espectáculo. La degradación del ser humano como elevador de los índices de audiencia. Y ello es aún más evidente en estas fechas tan falsamente aderezadas de amor universal, tiempo de familia, paz en la tierra y demás sandeces adormecedoras producto de estudiadas técnicas de mercado.
De un tiempo a esta parte desfilan ante nuestros ojos interminables listas de encausados o imputados por delitos de corrupción. Gentes de corbata de seda y cuellos blancos, antaño respetables políticos y emprendedores hombres de negocios, hogaño entrando y saliendo de juzgados, cárceles o cómodas comisiones de investigación, pertinentemente investidos de la presunción de inocencia o cobijados bajo el aforamiento o aliviados gracias al seguro y futuro indulto otorgado por la camarilla en el poder.
Despreciables que pueden o no (ellos pueden elegir) ocultar su rostro ante la insidia de las cámaras o que gozan incluso de minutos de televisión o radio o de tribunas escritas en los rotativos o Internet. Milagros de la televisión digital y la pluralidad de canales afines a la casta, en los que vemos que, incluso con sentencias firmes en contra, no dejan de rodearles de un cierto aroma a charme y respetabilidad. Es como si el ladrón, por provenir de las altas esferas del poder -político o económico- representara en lo más íntimo un ideal al que no nos importara asimilarnos.
Rastreros bastardos a los que nos gustaría parecernos; tener lo que tienen, disfrutar lo que disfrutan, conocer a quien conocen...  Y es por ese aura que confiere la erótica del poder por lo que les hacemos concesiones de privacidad. Les permitimos ocultar sus rostros, levantar sus lujosos maletines cuando avistan una cámara para tapar sus caras, dejamos que sus abogados carísimos se interpongan entre ellos y el público, que gentes de su partido -cómplices y encubridores necesarios todos ellos- les rodeen y hagan de pantallas humanas para evitar dejar una instantánea de sus rostros bronceados, bien nutridos, pulcramente afeitados, debidamente hidratados y vagamente triunfantes, por saber que las penas impuestas son sólo cuestión de tiempo, que saldrán y volverán a lo mismo. Que sus amigos del alma les estarán esperando, al igual que el dinero que robaron. Que sus influencias no se perderán por el tiempo pasado a la sombra. Que el resto de la famiglia les espera con un plato de spaghetti bolognese el mismo día que pongan un pie en la calle para renovar los votos que les unieron en santa hermandad antes del tropiezo. Que entrechocarán las copas brindando al grito de ¡Cent'anni!, o ¡Que se jodan!. Y todo ello con nuestra aquiescencia.
Y como contrapunto, estamos haciendo que sus víctimas, la extinta clase media de este país que ahora rebusca en los cubos de basura, que hace colas interminables en los comedores sociales, que se agarra desesperada a los quicios de las puertas de sus casas recién desahuciadas mientras la policía de este régimen de terror tira de ellas agarrándolas por los tobillos, que ellas, en suma, sean los nuevos protagonistas de cada vez más minutos mediáticos. Con la diferencia de que ellas, las nuevas víctimas, los nuevos protagonistas de nuestras sobremesas televisivas, son asaltados con impunidad por estos reporteros de nuevo cuño (de los que merecería hablar en otra reflexión) allí donde son más vulnerables: en la mesa del comedor social, en las colas de las oficinas de empleo, a pie de los vertederos en los que se alimentan. Gentes que no pueden ocultar sus rostros demacrados por el miedo, el hambre o la incertidumbre. Rostros en los que nos vemos reflejados todos, bien por identificación, bien por posibilidad, bien por probabilidad, en fugaces instantes de empatía en los que sentimos dolor simpático y a los que sigue inmediatamente el alivio de sabernos momentáneamente a salvo de esa plaga que azota a los demás.
Pero con qué facilidad podemos pasar de nuestra mesa en nuestro comedor con nuestro plato caliente de lentejas a esa otra mesa metálica, atendida por monjas o voluntarios que vemos en nuestra flamante televisión.
Y es en ese morbo, en esa probabilidad, en ese filo, donde nos regodeamos. Mientras estemos en este lado de la vida, seguiremos regalando audiencia al morbo. Máxime si después, inmediatamente después de ese zarpazo de realidad, nos cuentan la preocupante escasez de nieve en nuestras principales estaciones de esquí. Entonces, y aunque no seamos esquiadores, torceremos el gesto en un rictus de frustración por no poder esquiar este año, aunque ni remotamente hubiéramos pensado en ello.

miércoles, 13 de febrero de 2013

La agonía de M****



M****, snob, vive desde hace años una profunda e íntima agonía (en el sentido etimológico del término: agón es lucha). Obsesionada con adoptar las maneras de su casta de referencia, aquella a la que no perteneciendo por nacimiento, llega por matrimonio, esas maneras que por definición no existen más que para el otro (el que no las tiene) se han convertido en su leit motiv vital.

Si bien los poseedores estatutarios de esas maneras que tanto le obsesionan pueden definir el valor de las mismas (y hacer o no uso de ellas), M****, “recién llegada” que pretende incorporarse al grupo de los poseedores legítimos, esto es, hereditarios, de la buena manera sin ser producto de las mismas condiciones sociales, se encuentra reducida, haga lo que haga, a la alternativa de una hiperidentificación angustiada o de un negativismo que confesaría su derrota en su propia rebelión: o la conformidad con una conducta “prestada” cuya corrección o incluso hipercorrección (de ahí la educación represiva y repleta de normas (maneras) de casta) recuerda que “imita” y aquello que “imita”, o la ostentosa afirmación de la diferencia que está destinada a manifestarse como una confesión de la impotencia para identificarse. Así, parece el mono de Hoffmann -Kreisleriana, Gallimard, 1949, pag. 150- educado en el hogar de un hombre perteneciente a la alta sociedad, que había aprendido a hablar, leer, escribir y a ejecutar música, pero que no podía dejar de revelar su “origen exótico” en “algunos pequeños detalles” tales como los “movimientos interiores” que le excitaban cuando oía partir nueces. En definitiva, uno de los fantasmas más típicos de todos los racismos.

Por otro lado, es evidente en M**** ese estado permanente de “duelo” o, si se prefiere, de “desinversión” que le ha llevado a ajustar sus aspiraciones arribistas iniciales (sus expectativas, sus sueños, todo lo que le condujo a renegar de sus verdaderos orígenes y a sacrificar tanto de sí) a sus oportunidades objetivas (lo que realmente ha alcanzado, lo que es ahora), conduciéndola así a admitir su condición, a “devenir lo que verdaderamente es” y contentarse “con lo que tiene”, aunque sea esforzándose en engañarse ella misma sobre lo que es y sobre lo que tiene, con la complicidad colectiva de quien le permite ese juego de ilusión (madre, hermana indolente, amigos “de ocasión”, relaciones clientelares), para “fabricar su propio duelo”, de todos los posibles acompañantes (sus amigos de la infancia , sus hermanos, sus propios hijos –testigos de la verdad-), abandonados poco a poco en el camino, y de todas las esperanzas tan snobs que al principio abrigaba, reconocidas por ella misma como irrealizables a fuerza de haber permanecido irrealizadas (pero nunca admitidas como tales).

Esa angustia de saberse desprotegida ante su estrategia de vida por la incómoda presencia de hermanos (testigos de la verdad) que le recuerdan sus verdaderos orígenes. Esa traidora correlación entre su vida actual (su práctica) y su origen social (su barrio) que es la resultante de dos efectos: por una parte el “efecto de inculcación” ejercido directamente por su familia y sus condiciones de existencia originales; por otra, el “efecto de trayectoria social”, es decir, el efecto que ejerce sobre las disposiciones y sobre las opiniones la experiencia de la ascensión social, ya que la posición de origen no es otra cosa, en esta lógica, que el punto de partida de una trayectoria, el hito con respecto al cual se define la “pendiente” de la carrera social. Esta distinción se impone con evidencia en el caso de M**** y sus hermanos: originarios de la misma familia y sometidos consecuentemente a idénticas inculcaciones morales, religiosas y políticas, se encuentran propensos a unas posturas divergentes en materia de religión o de política a causa de las diferentes relaciones con el mundo social derivadas de trayectorias individuales divergentes y, en el caso concreto de M****, de que sus estrategias de reconversión, necesarias para escapar de su clase, hayan tenido (o no, de ahí su fase de “duelo”) éxito. O del precio que haya tenido que pagar para conseguirlo (abandono de estudios, trabajo, madre de familia numerosa, vida nómada,…).

De ahí su esquizofrenia: este efecto de trayectoria contribuye a hacer confusa la relación entre clase social y las opiniones religiosas o políticas, debido al hecho de que M**** tiene que autoimponerse la representación de la posición que ocupa en el mundo social y, con ello, la visión de este mundo y de su porvenir. De forma opuesta a sus hermanos, plebeyos de nacimiento, M**** tiene que reinventar continuamente el discurso de todas las noblezas, la fe esencialista en la eternidad de las naturalezas, la celebración del pasado y de la tradición (aunque ella misma no tenga pasado ni tradición, por lo que celebra por impostación el pasado y la tradición de algo ajeno a ella), el culto integrista de la historia y de sus rituales, porque no puede esperar del porvenir otra cosa que el retorno del antiguo orden del que espera –desesperadamente- la restauración de su ser social.

Así, la angustia de esta “posición inestable” (por falsa o impostada) se observa incluso en la “unidad doméstica”, que ha reunido unos cónyuges relativamente desiguales no solo por su origen y trayectoria social, sino también por su estatus profesional (que ella cambió por su “recolocación social”) y su nivel escolar (al que ella renunció a cambio de su “recolocación social”), de donde provienen la división sexual del trabajo en su unidad familiar (y la división del trabajo sexual).

Esta es la agonía de M****. Esta es la agonía del snob.

Sine nobilitate.

sábado, 14 de julio de 2012

Hemos mejorado a Dickens


Catorce de julio de dosmildoce. Hoy he cumplido cuarentainueve años. Haciendo un esfuerzo he salido para celebrarlo almorzando en un pequeño restaurante que sobrevive a duras penas en el barrio de las Letras, en Madrid. Haciendo un esfuerzo hemos podido regalarnos, mi pequeña familia y yo, con una botella de vino verdejo de Rueda y algunas viandas de nuestra elección. Hemos salido de casa a una calle extrañamente desierta, pues vivo en el centro de Madrid. En los extremos de la calle, unas vallas grises de más de metro y medio impedían el tránsito rodado y peatonal, defendidas por agentes de la policía nacional pertrechados para resistir el asalto de inexistentes –en esos momentos- masas de madrileños enfurecidos. Me ha sobrecogido sobre todo el silencio espectral de la calle, impropio de la hora (la una y media de la tarde) y la ausencia de transeúntes, foráneos o nativos, que suelen poblar los alrededores del teatro de la Zarzuela. Nos hemos visto obligados, como en los últimos dos días, a pedir permiso a la policía para poder caminar por las calles que salen o entran en aquella donde vivimos. He tenido que identificarme y demostrar que, a pesar de mi aspecto de “perroflauta”, soy capaz de vivir donde digo que vivo. Y cada vez que he sido interpelado por un uniformado –fuera de forma educada o no, eso no viene al caso ahora- me he sentido mal. De alguna extraña manera, me he sentido agredido. Violado. Intervenido.

Ha sido como un viaje al pasado…

De camino al restaurante, no he visto hoy a las filas de parados ante la oficina de empleo, puesto que es sábado, aunque sí había gente esperando en el comedor social del barrio: esas familias desahuciadas de sus casas que vagan con lo puesto. Iba a celebrar mi cumpleaños y, a pesar de saber que lo hago con mucho esfuerzo (yo mismo llevo ya algunos meses en el paro y en infructuosa búsqueda de un puesto de trabajo, a pesar de las certezas del lumbreras en el Poder), me he sentido avergonzado de poder hacer -por el momento-  lo que ellos ni sueñan.

Y me he preguntado por los derechos sociales que nuestros abuelos lograran. Me he preguntado por qué, cómo y cuándo hemos vuelto a entregarle al patrón todo el poder, dejando en sus manos la modificación de las condiciones laborales e invalidando la fuerza que al obrero le venía de sus convenios. Sumamos ya casi seis millones de parados. Los patronos ya lo han conseguido. Han vuelto a abaratar tanto la mano de obra que los trabajadores estamos ya dispuestos a aceptar cualquier cosa, a cualquier precio.

Hace unos días estuvimos, mi mujer y yo, apoyando a los mineros de Asturias. En la llegada a Madrid de esa marcha negra que nos dio la luz y la alegría momentánea de otros tiempos. Fue impresionante verles llegar a la altura del arco de Moncloa, sucios, cansados, desaliñados y dignos. Hombres con mayúsculas. Impresionante y triste. Catalizaron muchos sentimientos de todos los que estuvimos allí. Nos arrojaron a la cara nuestro miedo, nuestra sumisión, nuestra cobardía. O lo recogieron y nos lo devolvieron convertido en dignidad. En hombría. En lucha. Y nos sentimos pequeños. Nos pusieron un espejo delante y nos vimos como realmente somos. Y yo me vi a mi y vi a España. Ellos eran una estampa del pasado. Ellos eran mis lecturas infantiles de Dickens, o las juveniles de Zola. Una estampa curiosa, antigua, que volvía a mi presente y me sobrecogía.

Añadamos a eso, como a un guiso perfecto, a nuestro monarca matando elefantes junto a su concubina alemana; al juez meapilas de misa diaria viajando y regalándose junto a su “guarda-traseros” en salchicheros paraísos marbellíes, los recortes sociales y económicos o las reformas llevadas a cabo a espaldas de los ciudadanos. Salpimentemos con unos toques de esos “hombres-anuncio” de chaleco fluorescente amarillo que compran y/o venden oro en la Puerta del Sol en una vuelta de tuerca posmoderna a la decimonónica usura, añadamos unas gotas de un ministro de Economía, Luís de Guindos, ex-empleado de Lehman Brothers buscando los putos 300.000 millones fallidos de sus balances inmobiliarios, a una Abogada General del Estado, Marta Silva de la Puerta, que fue la principal asesora legal y personal de las principales constructoras involucradas en este escándalo, a un presidente en funciones del CGPJ, Fernando de Rosa Torner, conseller de Camps en los años de la Gúrtel, a los dos partidos mayoritarios, PSOE y PP, que cambian la Constitución a su antojo para dar prioridad al pago de la deuda sobre los derechos sociales, cargándose el sentido primigenio de nuestra Constitución. Ese mismo que dice que somos un Estado social y democrático de derecho.

Estado social… Esto es de coña: cientos de desahucios diarios, casi seis millones de parados, universidad para élites, escuela pública convertida en un ghetto, sanidad dinamitada, plazas hospitalarias en disminución…

Estado democrático… cuyos ciudadanos no pueden elegir el pago de la deuda, o los cambios en su Constitución…

Estado de derecho… no quiero imaginarme a Dívar en sus noches marbellíes, me da un poco de asco, sobre todo si pillaban en sábado y el domingo siguiente iba a misa de doce; o la actuación vergonzosa de esos policías y sus supuestos infiltrados, atacando furibundos a simples ciudadanos indignados.

Como ha dejado escrito Isaac Rosa en algún lado, esto se parece mucho a una vuelta a los años sesenta, sí. Pero del siglo XIX.

lunes, 9 de julio de 2012

Delenda est Monarchia

"El Estado tradicional, es decir, la Monarquía, se ha ido formando un surtido de ideas sobre el modo de ser de los españoles. Piensa, por ejemplo, que moralmente pertenecen a la familia de los óvidos, que en política son gente mansurrona y lanar, que lo aguantan y lo sufren todo sin rechistar, que no tienen sentido de los deberes civiles, que son informales, que a las cuestiones de derecho y, en general, públicas, presentan una epidermis córnea. Como mi única misión en esta vida es decir lo que creo verdad, -y, por supuesto, desdecirme tan pronto como alguien me demuestre que padecía equivocación-, no puedo ocultar que esas ideas sociológicas sobre el español tenidas por su Estado son, en dosis considerable, ciertas. Bien está, pues, que la Monarquía piense eso, que lo sepa y cuente con ello; pero es intolerable que se prevalga de ello. Cuanta mayor verdad sean, razón de más para que la Monarquía, responsable ante el Altísimo de nuestros últimos destinos históricos, se hubiese extenuado, hora por hora, en corregir tales defectos, excitando la vitalidad política persiguiendo cuanto fomentase su modorra moral y su propensión lanuda. No obstante, ha hecho todo lo contrario. Desde Sagunto, la Monarquía no ha hecho más que especular sobre los vicios españoles, y su política ha consistido en aprovecharlos para su exclusiva comodidad. La frase que en los edificios del Estado español se ha repetido más veces es ésta: "¡En España no pasa nada!" La cosa es repugnante, repugnante como para vomitar entera la historia española de los últimos sesenta años; pero nadie honradamente podrá negar que la frecuencia de esta frase es un hecho. (...)


(...) Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, y no el Régimen mismo; nosotros gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros conciudadanos: ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!"


Este párrafo fue publicado en el diario El Sol el 15 de noviembre de 1930. Su autor, Ortega y Gasset. El título, "El error Berenguer".

Su validez y su actualidad... TODA

domingo, 8 de julio de 2012

Teoría y Práctica del Colectivismo Oligárquico, de Emmanuel Goldstein

"Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad. El doblepensar está arraigado en el corazón mismo del Ingsoc, ya que el acto esencial del Partido es el empleo del engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que caracteriza a la auténtica honradez. Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar por un momento de saber que existe esa realidad que se niega... todo esto es indispensable. Incluso para usar la palabra doblepensar es preciso emplear el doblepensar. Porque para usar la palabra se admite que se están haciendo trampas con la realidad. Mediante un nuevo acto de doblepensar se borra este conocimiento; y así indefinidamente, manteniéndose la mentira siempre unos pasos delante de la verdad. En definitiva, gracias al doblepensar ha sido capaz el Partido -y seguirá siéndolo durante miles de años- de parar el curso de la Historia".

Sé que puede parecer extraido del programa de la FAES, pero lo escribió Orwell. ¿Supera la realidad a la ficción o es a la inversa?

viernes, 27 de abril de 2012

La Tribu más amenazada de la Tierra: los Awás

Muchos de los awás de Brasil aún viven aislados y están huyendo para salvar sus vidas.
Una oleada de madereros ilegales, colonos y ganaderos ha invadido sus tierras.
El tiempo se acaba.

Los awás son un pueblo indígena nómada y cazador-recolector del este de la Amazonia. Hay pequeños grupos de awás que no tienen ningún contacto con foráneos; probablemente sean los supervivientes de masacres, y todavía están en grave peligro de sufrir ataques violentos a manos de los que invaden su selva.

El espectacular filón de recursos subterráneos de Brasil ha ayudado a impulsar su milagro económico. Tan solo bajo la mina de Carajás, 600 km al oeste del territorio awá, hay siete mil millones de toneladas de mineral de hierro. Es la mina de hierro más grande del planeta. Trenes de más de dos km de longitud, unos de los más largos del mundo, recorren día y noche el trayecto entre la mina y el océano Atlántico. A su paso circulan a tan solo algunos metros de distancia de la selva en la que aún viven los awás no contactados.

Cuando en los años 80 se construyeron los 900 km de esta vía ferroviaria, las autoridades decidieron contactar y sedentarizar a muchos awás a través de cuyas tierras pasaba el tren. Pronto tuvo lugar el desastre en forma de malaria y gripe: de las 91 personas que conformaban una comunidad, solo 25 seguían con vida cuatro años después.

En la actualidad el ferrocarril trae a foráneos hambrientos de tierra, de trabajo y de la accesible caza furtiva en el territorio de los indígenas.

Pero los colonos invasores no tienen por qué ser el fin de los awás. Otros pueblos indígenas de Brasil, como los yanomamis, también han sufrido devastadoras invasiones. Se recuperaron cuando el Gobierno se vio presionado a tomar medidas para proteger sus tierras.

Los awás aislados siempre se están trasladando de un territorio de caza a otro. Pero ahora tienen otro motivo para seguir moviéndose.

No son solo los awás los que aprecian los monumentales árboles de la selva: su territorio está protegido legalmente, pero las bandas criminales de madereros ganan mucho dinero aquí. Solo la resistencia de los indígenas y la llegada de la estación lluviosa ralentiza su avance; el Gobierno apenas tiene presencia en la frontera.

Pero cuando las lluvias cesan, los madereros aceleran su actividad y los ganaderos queman aún más de la selva de los awás. Las columnas de humo negro se elevan sobre las copas de los árboles y oscurecen el sol. La selva crepita y arde: parece el fin de los días.

Entrad en el link de abajo y actuad. Dadles esperanza.

http://www.survival.es/awa

domingo, 25 de marzo de 2012

¿Hasta cuándo vamos a esperar?

El trabajador de esta época sufre por Platón. A causa de él. Y por el cristianismo, que bebe en sus fuentes. Con esos mimbres, el Capitalismo supo extraer el corpus ¿moral? suficiente para canibalizar como lo está haciendo la carne del proletario. Del currito. Nuestra carne, vamos.

Podríamos definir el propósito del Capitalismo, del Neoliberalismo, el dios Jano de dos caras, derecha y socialdemocracia, como el de la reducción a la mínima expresión de las necesidades del trabajador (y diciendo necesidades puedo decir derechos); la supresión máxima de sus placeres y/o pasiones y la condena a ser una máquina de carne y hueso que produzca sin tregua.

Todo ello, y no hay crítica sin autocrítica, no podría haber cristalizado en nuestro momento actual sin la abnegada colaboración de las clases trabajadoras que, engañadas por el espejismo del “estado del bienestar” proclamado de forma taimada y defendido por la socialdemocracia colaboracionista que tanto y a tantos moderados simpatizantes de izquierda ha engañado, creyeron en él y contribuyeron a la locura en que estamos ahora inmersos. La  aparente pasividad del liberalismo económico en los últimos veinte años (derrotado, que no vencido) que significó la arrolladora implantación de regímenes socialdemócratas nació la locura de las clases trabajadoras, que aprendieron a amar el trabajo hasta agotarse en él, en pos de unas promesas de “bienestar” que no eran sino una trampa (la “sociedad del espectáculo” de Debord).

Y aquí estamos. Rodeados de complacidos votantes mayoritarios de la derecha, que buscan en el veneno el remedio contra el envenenamiento, haciendo fuerte al sistema que ha hecho del trabajo la causa de todas las degeneraciones intelectuales y orgánicas que sufrimos en la actualidad. Trabajadores votantes en la actualidad de la derecha más reaccionaria y revanchista, que siguen traicionando sus instintos e ignorando su misión histórica, cambiando su voto y pervirtiéndose así por el dogma del trabajo. El que tienen. El que han perdido. El que están buscando. El que no llega. Sin darse cuenta de que todas las miserias individuales y colectivas que estamos sufriendo proceden de la pasión que muestran por el trabajo.

Irónica contradicción. Apasionados por lo que más frena las pasiones más nobles del hombre. Haciendo bueno a Napoleón cuando decía aquello de que “cuanto más trabaje mi pueblo, menos vicios habrá”. Trabajamos para que aumente la miseria y la dependencia del trabajo. Convertimos la miseria en el dios absoluto, en la ley máxima. Esa miseria que es sinónimo de hambre, hambre que deviene en presión pacífica, silenciosa, incesante y que termina siendo la motivación más limpia, natural y lógica para entregarnos con la cabeza gacha y vencidos al trabajo, a la fábrica, al taller. Estrategia triunfadora del Capitalismo, del Neoliberalismo, de los Mercados: teniendo al hambre como aliado, se evitan tener que promulgar antipopulares leyes que generarían penas. Penas que desembocarían en violencia. Y hay que evitar el ruido. Podría despertarles por la noche, mientras duermen en sus mullidos colchones, con sus pijamas de diseño, al lado de sus mujeres de diseño, en sus urbanizaciones de lujo.

Y así, se trabaja sin cesar. Se trabaja para aumentar la riqueza social (dicen los que confunden las grandes palabras con sus particulares prebendas y sus muy secretas cuentas bancarias en el extranjero) aumentando las miserias individuales. Se trabaja sin cesar para aumentar la pobreza; de esa manera nos dan más razones para seguir trabajando; de tal forma que en nuestro haber sólo vemos incrementarse la miseria y el endeudamiento.

Gran jugada del Mercado. Sus gurús, sus economistas, sus intelectuales (si en la derecha puede encontrarse tal adjetivo, que yo cambiaría por tácticos o estrategas) han conseguido que los currantes se hayan entregado en cuerpo y alma al vicio del trabajo. Se inventaron los mandos intermedios y las escalas, y les hicieron creerse la fábula de la lechera. Nos han conducido repetida y sistemáticamente a crisis industriales y financieras que han convulsionado (repetida y sistemáticamente) el organismo social. Han, hemos, producido. Producimos en tal exceso que ya hace tiempo los excedentes eran difíciles de colocar: no había tantos compradores. Eso provocaba cierres de empresas, que excretaban heces (parados), que pasaban hambre. Sorprendentemente, ese exceso de trabajo que causaba la miseria del trabajador, se imponía durante los ciclos de (supuesta) prosperidad.

Y los trabajadores, de nuevo equivocados, en vez de aprovechar estos momentos de crisis para forzar una distribución general de los productos y servicios que hemos fabricado, buscando un merecido disfrute general, nos limitamos a llamar, tímidos y desesperanzados, a las puertas de los despachos de recursos “humanos” pidiendo (con las orejas muy gachas) una oportunidad al patrón. Vendemos nuestra fuerza de trabajo (sin límite de horas o días) por la tercera parte del precio que cuando teníamos un mendrugo de pan que llevarnos a la boca. Y los patronos, complacidos, misericordiosos, buenos como son, se aprovechan de la situación tan arduamente planificada por ellos mismos y, tras conseguir ayudas económicas de gobiernos y banca (con la promesa de fomentar empleo) se aprovechan del desempleo para fabricar más barato.

Y estas crisis que siguen forzosamente a los períodos de bonanza, además de traer un desempleo forzoso y una miseria sin salida, acarrean también la bancarrota económica, progresista y moral de todos los países. La Derecha, el Mercado, es inteligente. Ya no se viste de azul. Ya no se distingue. El microfascismo es la clave. Se imbrica en todos los intersticios de la vida. Está al acecho. Y en cuanto ve la ocasión, ataca. Y no le importa perder aparentemente terreno (las conquistas sociales del proletariado); no le importa tardar (pueden transcurrir décadas en la sombra); en cuanto tienen la oportunidad (o la fabrican, como en esta crisis), recuperan el terreno perdido transmitiendo consignas revanchistas a los gobiernos títeres que ellos mismos van paulatinamente aupando en cada país. ¿Les hemos tenido engañados y despistados pensando que ganaban terreno –leyes para regular la interrupción del embarazo, leyes para regular el matrimonio del mismo género, leyes para mejorar la asistencia sanitaria universal, el acceso a la educación, etc. –?, déjales. En cuanto se sientan seguros, lo cambiamos todo. Es sólo esperar. Las mayorías absolutas sirven para eso.

Y tenemos que pararlo. Debemos tomar, los trabajadores, conciencia de nuestra fuerza. Es preciso que dejemos de lado los prejuicios platónicos de la moral cristiana, económica y librepensadora. Retornemos a nuestro estado natural. Liberemos nuestros instintos. La moral que nos han inculcado es perversa. El trabajo desenfrenado es una plaga. La más terrible con la que se puede haber castigado a la humanidad. Existen medios y fórmulas para reducir las jornadas laborales. Para dar el tiempo libre necesario a los ciudadanos para experimentar los placeres del ocio. Los placeres beneficiosos para nosotros como organismo que derivarán en un corpus social placentero.

Y para no caer en el ludismo, debemos abandonar esos prejuicios. De ellos se deriva la identificación de la máquina como enemiga. Ese error en el que intencionadamente nos hicieron caer creando en nosotros una pasión tan ciega, perversa y homicida por el trabajo que creímos vencer si competíamos contra ellas. Por ese error, nos hicimos sus esclavos y las transformamos en los peores instrumentos de esclavitud para los hombres libres. Emprendimos una ciega y loca carrera para competir contra ellas. Teníamos que superarlas. Teníamos que producir más. Y conseguimos empobrecernos más. El error fue persistir en el error a medida que ellas se perfeccionaban.

Su perfección contribuía a destruir el trabajo humano de forma rápida y precisa. Nuestro error fue no tomar provecho de ello prolongando nuestro descanso en la misma medida que ellas aprendían a hacer (mucho mejor) nuestro trabajo. Todo lo contrario, redoblamos (al mismo precio) nuestro esfuerzo por querer competir contra ellas.

Aún así, para no dejar resquicio posible de salvación al trabajador, el Mercado tomó la decisión de alienar a los trabajadores en aquella situación en la que, liberados de la opresión del entorno laboral, creían estar libres; creían ser dueños de sí mismos. Y con la habilidad que le caracteriza, el Capital creó un nuevo modo de alienación de los trabajadores fuera del tiempo de trabajo, colonizando el tiempo de ocio. El objetivo: expropiar el tiempo total de vida del trabajador, puesto que el ocio puede generar también plusvalías valiosísimas al Mercado, convirtiéndoles en masa de consumidores pasivos y satisfechos (espectadores, diría de nuevo Debord, que asisten a su propia enajenación sin oponer resistencia alguna). Por tanto, se crea una industria de entretenimiento para rentabilizar (con altísimo aprovechamiento) el poco ocio de que puede disponer un trabajador. Resultado: productos de “cultura-basura” que son percibidos (a través de un potente aparato publicitario) como absolutamente necesarios para ser reconocido como un “ser humano competente” con una riqueza aparente (proliferación de iGadgets) en el corazón más profundo de la verdadera miseria de la vida cotidiana.

Salgamos de ese círculo. Reclamemos el derecho a vivir. Rechacemos los mecanismos que nos seducen para “pasar el rato” (un pasar el rato alienante que nos impide vivir) y no para ser nosotros mismos. Para aprendernos. Para sabernos. Para conocer a nuestros familiares y amigos. Para adquirir conocimiento y pensamiento crítico.

Estoy hablando de una nueva revolución. Una nueva revolución de los trabajadores. Propugno el control de mi propia vida. Lucho contra la cotidianidad. Pero de esa revolución hablaremos en otra entrega.

sábado, 24 de marzo de 2012

Informativos Deformativos

No voy a hablar de la telebasura. Ni de la televisión en general. De esa que, lejos de la ya muy antigua de los años anteriores a la era digital, que pretendía fijar los gustos de la audiencia, se propone hoy en día explotar y halagar los gustos del respetable para ganar en la carrera de los índices de audiencia, ofreciendo al consumidor productos bastos, sin refinar (grandes hermanos, periodismo rosa, amarillismo, etc.) para satisfacer una necesidad de voyeurismo. No me gustaba aquella (por impositiva) ni esta (por populista y demagógica). Lo que quiero es denunciar el estado de los informativos de la televisión. Y no sólo de la española.

Los informativos de televisión tienen la capacidad (envidiada por la prensa escrita) de convocar a una misma hora a miles, millones de personas. Una convocatoria que reúne a personas de muy distinta índole y extracción social. Ante un consumidor así, y ante la presión del “share”, los productores de esos espacios y toda la cadena de valor de esa empresa (reporteros, locutores,…) deben observar ciertas precauciones: selección de noticias del gusto del consumidor (por no hablar del gusto de los anunciantes, patrocinadores, subvencionadores y dueños) y lenguaje neutro, homogéneo y homegeneizador y sin asperezas. La aritmética es simple: cuanto más amplio el público (el target), más simplón, plano y pueril el mensaje. No pueden perder clientes, ergo hay que evitar disensiones y escándalos evitando problemas.

De estas precauciones, estos resultados: telediarios que dejan complacidos a todos los clientes de forma sorprendente (tanto a intelectuales, políticos, burgueses, comerciantes, braceros del campo, sacerdotes,…) porque confirman cosas ya sabidas y porque dejan sin mácula las estructuras mentales de todos los espectadores.

Como además la “cosa sensacionalista” ha ganado terreno, la información seria ha claudicado y cedido terreno a deportes y sucesos, que se han impuesto en todos los canales y medios de comunicación, empujados por las demandas del público traducidas en cuotas de audiencia.

Por este fenómeno, el tratamiento de las noticias y la elección de lo que es noticiable está impregnado del sensacionalismo que antes estaba reservado a periódicos amarillos. Vemos así cómo se prima en portada un resultado deportivo antes que una hambruna en tal o cual país de Africa; se da relevancia a la visita de un jefe de estado antes que al análisis de la situación que provoca esa visita (en su país de procedencia o en el anfitrión); asistimos en tiempo real a pavorosas escenas de catástrofes naturales, de accidentes cada vez más sanguinolentamente explícitos, de atracos…, en definitiva, de todo lo que suscita instintos de curiosidad, voyeurísticos, y que no requieren del público competencia alguna.

Los sucesos (o el tratamiento de noticias importantes con ese sesgo) campan por sus fueros y por los fueros ajenos porque despolitizan. Lo reducen todo al cotilleo. Fijan y mantienen la atención del respetable en lo que está vacío de consecuencias políticas (incluso se llega a dramatizar cosas absurdas) para provocar “lecciones pertinentes” en “problemas sociales”. Y esta búsqueda de la vis sensacionalista lleva a la elección de sucesos que, demagógicamente, suscitan el mayor interés social (el secuestro de los niños de Córdoba, el affaire Duque de Palma, los casos de corrupción de la clase política, acciones de argelinos en la muy plural Francia, matanzas en Siria,…) y la mayor indignación popular, provocando movilizaciones sentimentales y caritativas, o puramente agresivas y cercanas al linchamiento simbólico (grupos estigmatizados) que terminan movilizando al pueblo en uno u otro sentido y elevando la intención de voto y la popularidad de candidatos en la cuerda floja (caso Sarkozy).

En un entorno periodístico o informativo determinado por el terror a ser aburrido  (que viene a ser perder cuota de pantalla o índice de audiencia), hay que interesar (divirtiendo) a cualquier precio.  Y siendo como es la política un tema aburrido o espinoso si se toca en profundidad y con respeto, siendo por tanto un espectáculo (término debordiano) poco estimulante –reconozcamos que cada vez menos estimulante, gracias a la paupérrima preparación de nuestros representantes-, los esfuerzos de los dirigentes televisivos (y su cadena de valor, repito) se encaminan a hacer de ello un espectáculo refrescante. Sustituyen entonces la información inteligente por la diversión (cada vez más programas de debate, cada vez más tertulias, la TDT party, etc.) con individuos (dicen que periodistas) dispuestos a todo, a hablar de todo y con todos.

Todo ello deviene en un espectáculo de simplificación aberrante y demagógica utilizado para proyectar las propias inclinaciones políticas de los medios y sus periodistas, lo que da paso al consabido combate (en lugar de privilegiar el debate), a la polémica (en lugar de a la dialéctica), al enfrentamiento personal (en lugar del enfrentamiento de argumentos). 
Resultado final: el consumidor, el espectador, tiene un conocimiento de la política y su mundo confinado a informaciones más próximas al cotilleo más procaz, a la intimidad (hedionda y sospechosa) del periodista con sus fuentes de información y a las confidencias que a un verdadero trabajo de investigación periodística objetiva.

Asistimos diariamente a un juego cuyos artífices están más preocupados por el juego y por los jugadores que por lo que está en juego. Más interesados en la forma que en el contenido. Mezclemos esto con la competencia (entre cadenas de TV y medios escritos y hablados), la obsesión por la primicia o exclusiva y el efecto “copia” (todos los telediarios cuentan lo mismo; algunos, audaces, cambian el orden de lo que cuentan) y tenemos el resultado: descrédito de la política en el mejor de los casos, y una despolitización global, en el peor de ellos.

Es aterrador. Pasan de un tsunami al último desfile de Armani, del hambre en Darfur a las polémicas declaraciones del Mourinho de turno, de la matanza de Siria a las estupendas tapas de Logroño, en una constante reducción al absurdo de lo que el instante permite ver al consumidor. Todo queda reducido al instante, a la actualidad. Las noticias vuelan separadas de sus antecedentes y de sus consecuentes generando en el receptor una absoluta falta de interés gracias al efecto de “imperceptibilidad” que deviene en una escandalosa amnesia estructural (o ausencia de esfuerzo para diferenciar lo importante de lo nuevo en un entorno instantáneo y discontínuo).

La falta de tiempo del receptor, la falta de conocimiento, la ausencia de documentación, la inexistencia de pensamiento crítico genera una transmisión de acontecimientos de forma opaca para él. Se genera un espacio en el que la ausencia del sentido histórico desemboca en unos telediarios caóticos, sucesión de historias absurdas e inconexas que acaban pareciéndose entre sí (se acaba teniendo la misma sensación de indignación por los muertos de Siria que por el arresto publicitario de Clooney o por la expulsión de su agencia de la top model que tenía dos centímetros más de los permitidos en la cintura), acontecimientos que surgen sin explicación y desaparecen de la misma forma sin que lleguemos a saber si se han solucionado. Libres (¿intencionadamente?) de carga política, generan tan sólo un pequeño interés (muy breve) humanitario.

Por tanto, el poco preparado espectador (la inmensa mayoría) termina teniendo una percepción del mundo como una absurda e inmensa sucesión de desastres respecto a los cuales no entiende nada y acerca de los cuales no cabe hacer nada. Ergo el mundo es un entorno de amenazas incomprensible y preocupante ante el cual lo mejor que se puede hacer es retirarse y protegerse. Resultado: miedo. Conclusión: manipulación. 
Si además nos sueltan unas gotas de desprecio racista, contribuirán al aumento de los terrores xenófobos (Francia, recientemente). O si refuerzan sabiamente la idea de que la violencia y la delincuencia son imparables (movimiento 15M, o movimiento Okupa, o…) nos provocarán la ansiedad y la fobia necesarias para temer por nuestra seguridad, lo que nos llevará a apoyar el mantenimiento del orden establecido, delegando absolutamente el juego político en los políticos profesionales. Además, cuanto más neoliberales y más feroces en sus formas externas sean nuestros representantes políticos, más confianza en recibir la seguridad prometida en sus hueras campañas electorales. De ahí el enorme empuje de la derecha más rancia y conservadora y su consiguiente éxito mundial.

El punto máximo de elasticidad de esta situación nos es desconocido. ¿Hasta cuándo permitiremos ser manipulados? ¿Cuándo dejaremos de ser rebaño? Ataquémosles donde más les duele. Exijamos informativos formativos e inteligentes. No les regalemos índices de audiencia hasta que recuperen su verdadera filosofía y ejerzan su auténtico cometido.

Existen otras vías para informarse.

jueves, 15 de marzo de 2012

Bucólica y virgílica

A estas alturas de la vida uno ya aspira a cosas simples como ser decente, estar delgado, poder disfrutar cada noche del cuerpo y del espíritu de tu mujer, elegir cuidadosamente los alimentos que quieres y no dejarte sorprender por el cambio de las estaciones. Tener tus libros a mano, poder pasear la vista por sus lomos, sentir su llamada y, al abrirlos al azar, dejándote envolver por el aire que atraparon entre sus hojas en aquél instante pasado en que los abriste por última vez, reconocer su alma como la de aquel amigo al que perdiste el rastro, como la de tu perro, que ya no está contigo pero que seguro sigue persiguiendo mirlos o gaviotas en otros jardines o en otras playas. Poder escuchar tus viejos discos cuando quieras, alternando sin orden jazz, ópera o boleros, organizándolos una y otra vez con un estudiado orden que sólo tú conoces. Dejar vagar la vista cansada por tus cuadros, serigrafías, litografías, acuarelas, óleos o collages que tan afanosa y costosamente reuniste en lo que ahora, un poco pretenciosamente, llamas tu colección de arte. Girar la cabeza hacia el jardín, rebosante de verde y contemplar la sabiduría leñosa y áspera de los olivos que tienes enfrente y pensar que hace doscientos años ellos ya eran, y tú no. Que pasarán las pasiones, los ideales, las políticas, las religiones y las revoluciones; que morirán los líderes políticos, y los espirituales; que caerán multinacionales y se levantarán otras nuevas y ellos, mis olivos, seguirán ahí, testigos divertidos y reflexivos de la pequeña estupidez humana.

Esperar a esta noche, como cada noche, a ungirme de amor y arrebato en ella. Descubrir su cuerpo otra vez, besar de nuevo, por primera vez, cada milímetro de su piel canela, piel de india, olor de amazona del Amazonas, atisbar pasados de esclavitud en su fisonomía, negra de mi alma, preta de mi corazón, pantera elegante y enigmática, que cada noche, abierta en flor para mí, me da una pista más para terminar de descubrir, de una vez por todas, los arcanos del amor. De este amor tan absoluto, tan radical, tan único. Sentirla abierta por mí y poder aspirar sus efluvios de selvas, de palacios, de senzalas, tan penetrantes como enigmáticos como adictivos como atrayentes... Oirla gritar gritos de tiempos inmemoriales, sonidos guturales de pasados remotos, exclamaciones que me erizan el vello y me excitan hasta el paroxismo.

Puede que mi juventud haya huido hacia otras playas, hacia otros cuerpos, pero, aún así, hoy como ayer, levanto mi copa de vino y brindo. Que nadie llore por los días perdidos, por los placeres que no sacrificó a la prudencia, por los impulsos que no se ahogaron. Brindo por la hermosura de mi mujer. Por la memoria de las horas que hemos pasado y que pasaremos juntos. Brindo por las verduras que como, por el vino que bebo, por la poesía que leo, por el sol del que me protejo con mi sombrero de paja, por el Mediterráneo en mi ventana, por la luz del aceite de olivo, por mi presente y por mi futuro. Brindo por estos momentos de inmortalidad.

Libros. Libros

Estoy frente al mar. En un día gris perla, pesado, de aire eléctrico o viciado, no sabría definirlo bien. Un día en que el horizonte no existe o parece estar enfrente de nosotros al alcance de la mano porque el cielo y el mar se han mimetizado, produciendo la ilusión de poder alcanzarlo. Una sensación que hace volar mi mente...

-"¡Te echo una carrera hasta la raya!".

Remembranzas de mi niñez, juegos con mis hermanos en playas siempre mediterráneas, siempre calientes, siempre confiadas. Recuerdos de piel quemada invariablemente. Olor de loción reparadora y del frío que sentía cuando mi madre me la aplicaba, amorosamente. Oscuridades artificiales de viejas persianas verdes para dormir obligado una siesta a la que siempre me resistía pero en la que caía tarde tras tarde, dándole la razón a esa madre protectora y vigilante. Desayunos de pan caliente y azúcar impregnado de aceite de oliva. Dulzor del cacao mezclado con aquella leche fuerte, recia, verdadera. Una leche que no he vuelto a probar. Almuerzos con papá. Sorprendentemente con papá. Sorprendentemente familiares en sabores y texturas, porque siempre fueron vacaciones para todos menos para mamá, que seguía oficiando los mismos milagros cotidianos aunque los fogones fueran distintos. Pobre mamá. Y para ella también eran vacaciones. Siempre conformándose. Siempre estricta. De sonrisa difícil.

Y la temida hora del trabajo escolar. Gracias a mi pereza, a mi repulsión al dogma escolar, año tras año conseguía amargar un punto la armonía familiar cosechando fracasos matemáticos de forma matemática que, como una mochila, llevaba conmigo a cualquiera fuera el rincón que mis padres buscaran para su solaz anual. Persistentes esfuerzos para despistar, para evitar la odiada hora del trabajo de recuperación. Esa hora que no pasaba nunca. Ese reloj que se ablandaba hasta el punto de atrapar en su viscosidad al minutero, inmóvil, muerto. Excusas fantásticas que rebotaban siempre en el muro materno que, sin bajar la guardia, vigilaba el cumplimiento de mis obligaciones. El olor de esos cuadernos, de esos libros producidos y comercializados por ogros y otros monstruos odiosos que hacían del sufrimiento estival infantil un mercadeo indigno, llena hasta hoy mis narices. Lecciones explicadas por papá barnizadas por su decepción al comprender que su primogénito nunca tendría la capacidad de desarrollar una comprensión matemática de la vida. Decepción acendrada por el hecho de entender que la docencia jamás sería una de sus cualidades. Y siempre, invariablemente, la suma de esos factores daba como resultado las pequeñas tragedias cotidianas que hacían aparecer el oráculo de futuros fracasos académicos que terminarían convirtiéndome poco menos que en un pordiosero, o vagabundo, o mendigo, o inútil. Tales eran las predicciones de mi madre, siempre de ella, puesto que mi particular profesor hacía mutis en busca de una televisión en la que ver el partido de fútbol de turno.

Pero yo sabía que siempre, una vez amainada la tormenta, podría volver al mar. Y que siempre podría encontrar en su contemplación el refugio ante tamaña catástrofe futura. Oyendo sus olas me volvía Sandokán y sabía que los Mares del Sur serían mi destino. Tendría una tripulación fiel de piratas malayos y viviría del saqueo y rapto de princesas portuguesas. Otras veces era el Corsario Negro, ayudando al Guerrero del Antifaz en su sempiterno rescate de doña Ana María. Y cuando algún ramalazo de Peter Pan hacía su presencia, entonces era un Capitán de Quince Años, al mando de un barco velero buscando una Ballena Blanca antes de que Achab hiciera de las suyas. Fértil mezcla de fantasías y lecturas... Porque esa era mi vocación. Mi afición. Mi pasión. Mi futuro. Leer. Vivir aventuras y viajar a rincones lejanos e ignotos. Sentir en mi pelo largo el viento de las praderas mientras mis pies hollan, silenciosos, las altas hierbas en las que rumian bisontes que próximamente me servirán para levantar un tipi y comer una sabrosa y dura carne. Ser Uncas, amigo de Ojo de Halcón sintiéndome el último de una estirpe de guerreros orgullosos y salvajes. Siempre estuve del lado de los pieles rojas. Su comunión con la naturaleza, su sencillez, su determinación para seguir adelante a pesar del sistemático exterminio al que estaban sometidos, su nobleza de raza extinta o por extinguir, todo ello inclinaba la balanza de mis afectos. Incluso hubo un momento en que entendí a Magüa, el hurón, en su errático comportamiento, que no era, lo entendí mucho más tarde, más que una actitud revolucionaria digna de encomio si la comparamos con las educadas maneras de los refinados generales franceses e ingleses.

Viajar. Transportarme. Aprender de otros sitios, de otras gentes. Acompañar, como Passepartout, a Phileas Fogg o, mejor, ser Phileas Fogg mismo, encontrando soluciones, aplicando inventiva y manteniendo una flema que, ahora lo sé, jamás tendré. O como Huckleberry Finn, vivir en el Mississippi, oler el vapor de los barcos que surcan arriba y abajo sus aguas. Tener un amigo como Tom y hacerle la vida imposible al malencarado del Indio. O, en homenaje a mi primer libro regalo de mis padres, a esa novela de London, adoptar un cachorro de lobo sin saber nunca quién adopta a quién. Y correr sin freno por las blancas sendas del Yukón comprobando que no existe mayor fidelidad que la que proviene de la irracionalidad de un perro. Que no hay mayor prueba de afecto que sentir la humedad fría de la trufa de tu perro cuando busca tu caricia mientras estás sentado leyendo, alejado de todo, olvidado por todos, habiéndolo olvidado todo.

Libros. Libros. Mi pasión. Mi amor. El único equipaje a lo largo de mis viajes. Yo, que como Alberti postulé que hay que vivir desnudo, ligero de equipaje como los hijos de la mar, me doy cuenta de que mi movilidad física se ve imposibilitada por la ingente cantidad de palabras que llevo conmigo. Libros que son impedimenta pero que por otro lado me dieron las alas que ahora tengo, instrumentos que me elevan, que me sustraen de la basura que me rodea. Aquello que me sujeta a los espacios físicos me da la leveza suficiente para volar.

Y por ellos, por los libros, llego a la belleza. A comprenderla, a buscarla, a hacer de ella la pauta de mi existir. Esa belleza que se oculta tras las cosas. La que no es evidente más que para los iniciados. Una cualidad que en los tiempos que corren se empeñan en hacer desaparecer. Esa que se resiste a los ataques y que pervivirá siempre.

La Vida como ella es

Los minutos pasan inexorablemente. Llevo vividos veinticinco millones y bastantes cientos de miles de ellos. El tiempo, enemigo y aliado, golpea rítmicamente, obstinadamente, arrugando el alma y la ilusión. Secarse, hasta convertirse en un embutido de dudosa calidad según pese la mochila de pecados, crímenes y otras lujurias sufridas, o disfrutadas, que todos llevamos a la espalda. Comprobar que las lecciones no se aprenden si no se viven. Que los ejemplos no sirven si no se personifican. Que es necesario sangrar la propia sangre para adquirir experiencia. Y que el sangrado no cesa. No coagula nunca. Que la sangre que derramas y que empapa la tierra del suelo es tu vida.

No alcanzar nunca la imperturbabilidad. El estoicismo que trabajas en los momentos de mayor sabiduría se desvanece como una pavesa crepitante en la chimenea cuando llegan los conflictos. Correr como un poseso en pos del ascetismo más blanco, empezando desde muy adentro, desde las tripas. Seleccionar mucho los alimentos, despreciando las elaboraciones más sofisticadas, llegando a descubrir que la filosofía más profunda no es nada si la comparas con el brillo de un tomate recién cogido de tu huerta. Reencontrarte con los sabores de tu niñez. Aquellos que acompañaron tu aprendizaje, que dieron trasfondo a tus primeras decepciones, que se hicieron amargos y ácidos cuando descubriste que dentro llevas, llevamos, un Caín y que serías capaz de romperle el cráneo a tu hermano; sabores que se hicieron agridulces con las erecciones más tempranas. Aquellas que te hicieron vislumbrar, presentir el lobo en tí, siempre rastreando, a partir de la máxima revelación del infecundo zumo de tus entrañas, cervatillas palpitantes a las que acosar y derribar, saciando en esa caza el sempiterno instinto en rituales licantrópicos de éxtasis y sangre.

Redescubrir las más tiernas verduras, los potajes que de niño rechazabas de mano de tu madre y que ahora buscas buscando volver atrás en el tiempo. Abandonar los perifollos, adornos y enfeites con los que te camuflaste durante toda la vida para, en nombre de la más sabia ascesis, reencontrarte a ti mismo envuelto en la sobriedad elegante de blancos algodones y linos. Tener al mar como principio y fin de cada día, descubriendo su cambiante azul en cada curva y recodo del camino que te lleva y te trae. Alcanzar el nirvana oyendo las chicharras y los mirlos o mientras el sol se esfuerza por derretir el sombrero de paja que te cubre las sienes. Fundirte en prolongada contemplación de lagartijas que se hinchan y deshinchan levitando sobre las piedras calientes del suelo de tu terraza, robándoles el calor. Sentir cómo tus pies se expanden, libres de las ataduras de los zapatos de diseño, envueltos en sandalias de reminiscencias grecolatinas. Revisitar los clásicos y descubrir de su mano que toda la literatura moderna no es más que una enorme nota a pie de página de los autores griegos y latinos. Emborracharte acompañado de Virgilio, regando el gaznate con vino de cepas viejas, quizás anteriores a la filoxera, quizás plantadas por algún liberto que pensó en mí, en que yo bebería hoy sus caldos. Navegar por los mares de la imaginación junto a mi amigo Corto, descubriendo que la amistad puede no ser lo que te contaron o que la Historia puede tener muchas lecturas, todas inteligentes, todas creíbles.
Reconciliarte contigo mismo, viviendo el amor con amor por vez primera, con tranquilidad por primera vez, con pasión como nunca, con la sabiduría necesaria para no matarlo, para no maltratarlo, haciendo que dure enternamente, amando el amor. Amando a tu amor.

Desear reconciliarte con tus enemigos, sabiendo que nunca estuvo en tu ánimo tenerlos como tales. Que el único pecado que cometiste fue vivir. Que en el ejercicio de la vida fuiste torpe, pero no malo. Arrogante, pero no altivo. Agresivo, pero no insultante. Infiel, pero no mentiroso. Que sólo viviste. Que siempre intentaste reparar tus errores.

Te gustaría brindar por todos y con todos y explicarles. Hacerles entender. Que supieran que podríamos compartir un banquete alrededor de una mesa en petit comité, pues no son tantos, y brindar por nuestras ofensas, lavándolas con vino rojo. Procurar un espacio de entendimiento y perdón, aliviándonos mutuamente del peso de las torpezas cometidas.

Recuperar la familia para disfrutarla como en aquél instante justo, aquél momento preciso en que todo comenzó a torcerse, a equivocarse. Reír junto a tus hermanos, con la boca llena, despreocupados, junto a tus padres. Libres de decepciones o rencores; de cosas dichas o calladas; de ignorancias; de juicios. Apartar roles, posturas, máscaras, silencios. Abrazarnos. Llorar juntos. Ungirnos de perdón y amor antes de que la Dama nos haga incompletos. Perdonarnos nuestros errores y nuestros aciertos. Perdonarnos nuestras envidias. Olvidar nuestra miopía. El egoísmo de no permitir al de enfrente ser diferente, crecer de forma diferente, pensar de forma diferente.

Elogio del Gris

Todo es gris. El cielo, el mar, la arena de la playa, el aire que nos envuelve, las piedras... Vivir cerca del mar confiere a los días tonalidades tan sorprendentes que les dan el poder de modificar tu ser interior. Existen días tan azules, que te llenan de tanta energía y alegría que uno se pregunta de dónde coño sacaron los ingleses esa identificación entre azul y tristeza. Quizá por eso vienen en hordas a nuestras playas. Para demostrarse a sí mismos que el azul es el estado de la añoranza, de su añoranza, por el cielo que nunca tendrán allí. Para los alemanes estar azul es estar borracho como una cuba: Mallorca, Ibiza, Levante,... Buscan nuestro azul como buscan la cerveza o el vino rosado que ingieren en cantidades asustadoras: para bebérselo hasta el infinito y así entrar diariamente, durante sus vacaciones, en el Valhalla prometido. Los puritanos americanos utilizan el azul como sinónimo de obscenidad, los rusos para eufemizar la homosexualidad...

Aquí, en el Mediterráneo, los latinos empleamos el azul para hablar de plenitud, de vitalidad, de luz, de energía, de alegría, de cuerpos desnudos que se dejan abrazar por la brisa del levante o quemar por el poniente. De paellas o sardinas asadas, de castillos de arena, de olor a algas pudriéndose después de los temporales, de luz blanca y metálica que perfora nuestras retinas, de calor, de amor.

Pero hoy todo es gris. Es invierno en el Mediterráneo y hoy están en guerra sin cuartel el blanco y el negro. Hoy es el día de los tristes, de los que pasan desapercibidos, hoy es el triunfo de las vidas sin objetivo, de las existencias sin sentido. Hoy es el triunfo de los maniqueos, del dualismo. Hoy, los dos principios opuestos luchan, irreductibles en su enemistad. Así, Ormuz, encarnación de la luz, se ve atacado por Ahrimán, señor de las tinieblas. Y en medio de esta lucha sin cuartel, que siempre termina con la derrota de la luz, los maniqueos que nos rodean se congratulan de la eterna inocencia del hombre y le perdonan las ofensas cometidas disculpándolas en nombre del Mal que inevitablemente les domina. Todo es gris, ahora. Hasta no hace mucho todo era color de otoño. Y en otoño el mar es verde porque tiene la esperanza de volver a ser azul en verano. Y se pone verde porque no puede evitar querer ser como el cielo. El mar es sinople en otoño. El mar en otoño es moro. Es un bosque lozano donde perderse en momentos de agobio.

Pero hoy todo es gris. Y hoy todo pesa, los límites se borran, se difuminan. Hoy todo es apatía, flojera. La coraza plúmbea del cielo no parece dispuesta a dejar pasar ni el más mínimo rayo de sol. La lluvia humedece mis riñones y los deja doloridos. Es curioso cómo un día gris anima a buscar el calor y el color del rojo. Rojo de fuego. De chimenea. Rojo color de tu hogar, de tus sillones donde refugiarte, envuelto en una amorosa y caliente manta mientras tus pestañas se rizan por el calor que sale del hueco de ladrillos donde se queman los troncos de olivo, impregnando el aire de sabiduría de siglos, de olor de hogar, de historias contadas alrededor del fuego.

Hoy es todo gris. Hasta la espuma que salta al romper las olas. Las gotas que se agarran al cristal de mis ventanas. Mis manos que asen las pluma con que esto escribo. La tinta que araña el papel, el papel de mi cuaderno. Mi ánimo.

Pasan las horas, imperceptibles. El tiempo discurre con un silencio especial los días grises. El tiempo pasa sin dejar huella, sin dejar rastro, sin dejar historia. Es un tiempo que pide perdón por ocupar el tiempo del buen tiempo. Horas, minutos, segundos anodinos, uniformes, invisibles, imperceptibles. Los hechos más gloriosos, los crímenes más horrendos, pasan inadvertidos en días como hoy. Porque nadie quiere fijar su atención en nada que ocurra en días grises. Por eso, si quieres ser un elegido de los dioses, un atleta olímpico o el criminal genocida más odiado, espera a realizar tu hazaña en un día azul o en un día blanco. O espera a la negra noche.

Pero evita los días grises. Nadie te estará mirando.

Hacia el Poniente

La playa está solitaria. Por fin ha salido el sol, tímido, sin fuerza. Pero la luz lo llena todo aunque hace frío. En la orilla, un niño de no más de tres o cuatro años se empeña desde hace un buen rato en apedrear a las olas. Su padre le acompaña y con paciencia vigila los torpes pasos, que muestran un especial empeño en perder el equilibrio cada vez que el niño se inclina, sin doblar las rodillas, a recoger una piedra más. Las elige girando sobre sí mismo, dando la espalda al mar. Las coge a puñados, dejando que la arena húmeda, engrudada, se meta bajo sus uñas, resbale entre sus pequeños dedos con los que hace una criba seleccionando las dos o tres que quedan en su mano pequeña y gordezuela. Con un gesto torpe, dificultado aún más por el chaquetón grueso que lo apresa, acerca la mano libre a la palma de la otra y elige la piedra que va a lanzar. Vuelve a girarse en redondo hacia el mar, trastabillando, y lanza con todas sus fuerzas el proyectil. En cada lanzamiento pierde el equilibrio y cae de rodillas en la arena. En cada caída, las manos de su padre le agarran y, con dulzura, le ayudan a recuperar la posición. Así, poco a poco, pasean ambos hacia la puesta del sol, de levante a poniente, en una ceremonia que se repetirá hasta que el niño se canse o se canse el padre.

Y espectador lejano a la escena, se me antoja esta como una paráfrasis de la niñez, de la juventud, de la vida. En el mejor de los casos, desde niños y bajo la tutela de nuestros padres empezamos a percibir nuestra pequeñez ante el mundo, nuestra debilidad ante la vida. En la niñez nos creemos capaces de apedrear al mar, o a la vida, de domeñar su fuerza, de atemorizar al monstruo que, intuimos, habita en su interior. La inmensidad del enemigo no nos amedrenta. Con nuestro padre al lado nos sentimos seguros, protegidos. Nada nos puede pasar pues nuestra guardia personal vela por nosotros...

Y desafiamos al mar, a la vida, dándole la espalda. Pensamos, creemos que somos eternos, que el tiempo está de nuestra parte. Que somos invencibles. Y tenemos infinitas balas para disparar al enemigo; podemos incluso elegir las que más nos gustan para encararle. No nos rendimos, no doblamos las rodillas. Podemos perder el equilibrio, dar con los morros en el suelo. No importa. El suelo es blando. Siempre lo es cuando somos pequeños. Y levantarnos tras la caída es sencillo. Tenemos todo el tiempo del mundo. Tenemos toda la protección del mundo. Siempre hay unas manos atentas, nobles, seguras y firmes que saben subirnos, levantarnos. Manos pacientes, que nos ayudarán sin importar el número de caídas que suframos. Que nos sacudirán la arena del suelo para que nos levantemos tan limpios e inmaculados como estábamos antes. Manos que a veces, incluso, nos darán alguna piedra que también habrán recogido de la arena, como queriendo recordar aquella lejana playa y aquella época remota en la que también se sintieron inmortales e invencibles, o que querrán acelerar la rendición del niño ante la inmensidad de la vida o del mar. Que las piedras no son suficientes. Ni por muchas ni por grandes. O quizá es que esas manos adultas empiezan a sentir cansancio y quieren volver ya a casa.

Y juntos, siempre juntos, entrelazadas sus vidas por sangre, por coincidencia planetaria o por algún azar del destino, ambos se encaminan, en ese momento como desde el momento de su nacimiento, hacia el poniente. Hacia el ocaso. El paso es firme en uno, vacilante en el otro. Pero es sólo cuestión de tiempo. Dentro de poco se invertirán los papeles. En ese paseo continuo hacia el poniente, el paso firme se transformará en vacilante y el inseguro, torpe, alcanzará su máximo vigor. Y el vigilado vigilará y el vigilante será vigilado.

Y siempre, siempre, el Poniente esperará a que ambos lleguen. Sin prisa. Sin pausa. Al final todos llegamos allá con nuestra moneda en la mano para entregar al Barquero. Todos subiremos en su nave y atravesaremos la laguna. Allá, en el Poniente.

domingo, 4 de marzo de 2012

Aborto post-natal

Durante esta semana, los medios de comunicación se han hecho eco de la publicación, el día 23 de febrero pasado, de un artículo firmado por Alberto Giubilini y Francesca Minerva, con el título "Aborto después del nacimiento: ¿por qué debería vivir el niño?". Ante la amplitud del problema filosófico que plantea el enunciado y, sobre todo, ante la torpeza y manipulación de los medios oficiales, me decidí a buscar el texto en sus fuentes originales, para proceder a la traducción, lectura, entendimiento, meditación y contestación al mismo. El artículo puede encontrarse aquí:
http://jme.bmj.com/content/early/2012/02/22/medethics-2011-100411.full

Las reacciones al mismo no se han hecho esperar, sobre todo las provenientes de la extrema derecha, tanto mediática como de a pie. Divertido, he pasado el fin de semana leyendo exabruptos y estupideces. De mis paisanos y de foráneos con acceso a internet. Cansado, he decidido volcar aquí mis reflexiones. Como siempre, no pretendo ser leído ni contestado. Este blog opera para mí como un diario personal, como un bloc de apuntes y reflexiones. Si alguien lo lee, bien. Si no, también. Por tanto, sin más preámbulos, ahí va mi post de hoy:

Aborto post-natal

Tesis de Giubilini y Minerva:

El aborto está ampliamente aceptado incluso por razones que no tienen que ver con la salud del feto. Demostrando que,

1) tanto el feto como el recién nacido no tienen el mismo estatus moral que las personas, el hecho de que ambos sean personas potenciales es moralmente irrelevante;

2) que la adopción no es siempre la mejor opción para las personas,

Giubilini y Minerva arguyen que lo que se denomina "aborto post-natal" (matar a un recién nacido) debería ser permisible en todos los casos en los que lo es el aborto, incluyendo aquellos en los que el recién nacido no tiene problemas.

Punto de partida del análisis.

Nos enfrentamos a un problema de bioética. Una disciplina emergente que cuestiona y echa abajo la tradición filosófica idealista incapaz de responder a los desafíos que proponen estas nuevas cuestiones, y que sólo una filosofía utilitarista y pragmática puede resolver.

Vivimos todavía en un cuerpo platónico. Un cuerpo esquizofrénico, fracturado en dos partes irreconciliables, una de las cuales ejerce un poder considerable sobre la otra: la carne domina al alma, la materia posee al espíritu, las emociones desbordan la razón.

Pero hoy en día la filosofía judeocristiana dominante evita la lógica duda que la ciencia introduce en nosotros y el Vaticano produce una Carta de los agentes sanitarios que introduce el miedo. Hay que dar por sentado lo peor como cierto e inevitable si aceptamos los progresos de la modernidad. Hay que alimentar el terror ontológico para producir la inmovilidad tecnológica. Como resultado, triunfa el principio de precaución que marca la victoria del conservadurismo y que deriva en una serie de peligrosas consecuencias: mantener al público en la ignorancia, favorecer la estupidez, llevar al colmo el instinto reactivo y primitivo de las masas, ensalzar la oscuridad y condenar el principio de las Luces, poner distancia entre las personas y los especialistas, quemar los puentes que unen el mundo de la ciencia con la gente,…

En la raíz de todo esto se encuentra el desprecio por la gente, el elitismo, el aristocratismo de las castas insensibles, la violación de la que somos objeto por parte de la propaganda cuando apelan a los sentimientos, instintos y pasiones (miedo, temor, angustia, terror), mientras le vuelve la espalda radicalmente a la razón y a su correcto uso.

Este análisis parte del punto opuesto. Este posicionamiento considera de manera frontal, sin condenar a priori los problemas molestos que plantea nuestra época posmoderna: clonación reproductiva y terapéutica, maternidad posmenopáusica, selección de embriones, ectogénesis, eugenismo, trasplante de rostro, cirugía cerebral o cirugía transexual, reproducción asistida, eutanasia, generación post-mortem, aborto post-natal, etc.


Tesis: Feto y recién nacido no tienen el mismo estatus moral que las personas. La potencialidad (de ser personas) es moralmente irrelevante.

Antítesis:

1º.- Consideración de feto y recién nacido como personas potenciales.

El feto, a partir de la semana veinticinco y el recién nacido TIENEN el mismo estatus moral que las personas. Ambos tienen realidad personal y reaccionan a dos tipos de estímulo (base del Hedonismo):

-  la capacidad de sentir placer
-  la posibilidad de experimentar dolor

Luego, es moralmente relevante y es de aceptar su estatus como personas potenciales.

2º.- Consideración de feto y recién nacido como personas reales.

De persona potencial a persona real hay que completar otro proceso. Los derechos de la persona potencial son tales cuando se transforma en persona real; para esto le falta la humanidad, que surge a partir de su relación con el mundo.

La humanidad presupone, por tanto, la capacidad de percibir el mundo, sentirlo y aprehenderlo de forma sensual, aunque sea someramente. Para lograr esto, hace falta cierto grado de desarrollo del sistema nervioso. Como he dicho, a partir de la semana veinticinco del feto en adelante.

Avanzado el tiempo, se definirá (pero ya existe) la humanidad por la triple posibilidad conjunta de:

-  una conciencia de sí
-  una conciencia de los otros
-  una conciencia del mundo

y todas las posibles interacciones:

-  entre sí mismo y sí mismo
-  entre sí mismo y el otro
-  entre sí mismo y lo real

Luego, diferenciaremos:

El feto:
-  antes de su semana veinticinco, no es una persona real (carece de humanidad)
-  después de su semana veinticinco, es una persona real (tiene humanidad: percibe su entorno por tener desarrollado hasta cierto punto su sistema nervioso).

El recién nacido: es una persona real y tiene humanidad, luego es sujeto de derechos.

3º.- Consideración sobre el aborto (pre o post-natal). Válido también para la eutanasia.

A favor de la muerte voluntaria (para sí o para una persona dependiente). Tesis que se inscriben dentro de las enseñanzas antiguas –estoicismo- y modernas –posmodernidad- :

-  no hay obligación alguna de vivir por necesidad
-  es posible elegir perder la vida por propia voluntad
-  el cuerpo nos pertenece y podemos usarlo como nos parezca
-  la existencia no vale la cantidad de vida vivida, sino su calidad
-  morir bien es mejor que vivir mal
-  se vive lo que se debe, no lo que se puede

En contra de la muerte voluntaria (tesis inscritas dentro de la tradición judeocristiana):

-  sufrimiento salvador
-  dolor redentor
-  muerte como pasaje que requiere perdón, reconciliación con el entorno como única condición para alcanzar la serenidad y la paz con uno mismo y que facilita el consuelo en un “después” de la muerte
-  agonía como via crucis existencial

4º.- Enfoque materialista:

El materialismo conduce a la serenidad.
La muerte acaba con todo lo que nos hace gozar o sufrir. Por tanto, no hay que temerle a la muerte.
Es antes cuando produce sus efectos y nos aterroriza con la idea de lo que nos espera.
Lo esencial consiste en no morir en vida.

Si las causas más comunes para el aborto son las anormalidades severas en el feto, los riesgos de salud física/psicológica en la mujer (independientemente de la salud del feto) y las “causas exógenas”: cambio de estatus de la pareja, condiciones económicas, condiciones de entorno, etc…, el problema filosófico se define así: ¿Qué ocurre cuando las mismas condiciones que justifican el aborto son conocidas después del parto?

NO es posible dar una respuesta unitaria que contemple satisfactoriamente todas las posibilidades. Es ahí donde está la trampa y donde se puede caer en una discusión peligrosa. Hay que diferenciar los supuestos uno a uno y emitir tesis que respondan. Por supuesto, el enfoque desde el que se parta incidirá en el resultado.

De ahí este análisis desde el punto de vista materialista y, por tanto, hedonista. Por adscripción y convencimiento particular propongo un análisis tomando como punto de partida el materialismo abderiano, el atomismo de Leucipo y Demócrito, Epicuro y los epicureísmos griegos y romanos tardíos, el nominalismo cínico, el hedonismo cirenaico, el perspectivismo y el relativismo sofista. El imperativo categórico hedonista que me mueve en mi análisis es el de la máxima de Chamfort: goza y haz gozar, sin hacer daño a nadie ni a ti mismo: ésa es la moral. Sin goce ninguna ética es posible o pensable.

Este análisis forzosamente ira en contra del idealismo platónico, dominante en la historiografía clásica y que tanta influencia ha tenido y tiene en la filosofía y pensamiento cristiano, que privilegia el dualismo, el alma inmaterial, la reencarnación, la falta de consideración hacia el cuerpo, el odio a la vida, el gusto por el ideal ascético, la salvación o la condena postmortem, tan del gusto de los pitagóricos y de los platónicos. Hay que escapar del pensamiento dominante, que puede dividirse en tres tiempos:

-       el momento platónico
-       el tiempo cristiano
-       el idealismo alemán (Kant y Hegel)


Tesis de situaciones que justifican el aborto post-natal para Giubilini y Minerva:

-       1.-Anormalidades severas en el feto
-       2.-Anormalidades severas sobrevenidas tras el parto
-       3.-Riesgos de salud física/psicológica en la mujer (tanto para estado de feto con buena salud como para estado de recién nacido con buena salud)
-       4.-Causas exógenas: cambio de estatus de la pareja, condiciones económicas, condiciones de entorno, etc… (tanto para estado de feto con buena salud como para estado de recién nacido con buena salud)
-       5.-La adopción no es la mejor solución por la angustia psicológica que se produce en la madre que da en adopción (incapacidad de elaborar la pérdida y hacer frente al dolor)

Tesis judeocristiana:

El aborto, en cualquier supuesto, es condenable. Es pecado mortal. No existen condicionantes intermedios.

Tesis hedonista:

Hipótesis 1 y 2: aceptable el supuesto de aborto pre y post-parto.
Hipótesis 3: Decisión exclusiva de la madre
Hipótesis 4: no aceptable
Hipótesis 5: no aceptable

Tesis sobre la Hipótesis 1 y 2:  Anormalidades severas en el feto y Anormalidades severas sobrevenidas tras el parto. La supervivencia tanto en un caso como en el otro implica una condena a la persona humana. El existir presenta unas deficiencias tales en la calidad de vida que, en su conjunto, se preferiría no vivirla. Y esas deficiencias atañen tanto a la persona que nace como a las personas que reciben esa nueva presencia. Se debería mitigar la idea de la muerte con una terapia activa aquí y ahora, sin inducir a morir en vida a fin de partir mejor cuando llegue el momento. Hay que rechazar el dolor y el sufrimiento como vías de acceso al conocimiento y a la redención personal. En la vida de una persona el cuerpo desempeña un papel protagónico. Toda filosofía se reduce a la confesión del cuerpo, a la autobiografía de un ser que sufre. El pensamiento emana, pues de la interacción de una carne subjetiva que dice yo y el mundo que la contiene. No desciende del cielo, a la manera del Espíritu Santo, lanzando lenguas de fuego sobre la cabeza de los elegidos, sino que surge del cuerpo, brota de la carne y proviene de las entrañas. Lo que filosofa en el cuerpo no es otra cosa que las fuerzas y las debilidades, las potencias y las impotencias, la salud y las enfermedades, el gran juego de las pasiones corporales.

Vivimos en una época nihilista que anuncia el fin de un universo y la dificultad de llegada de otro. Vivimos en un período intermedio y por tanto en una confusión de identidades entre dos visiones del mundo: una judeocristiana y la otra, aún no nombrada, que llamaré postcristiana. En este batiburrillo, la incapacidad para distinguir con claridad contornos éticos y metafísicos. Falla la cartografía. No hay brújulas. La descristianización es aparente. El Papa (los Papas) ha hecho más a favor de ello que cualquier ateo o agnóstico con tribuna. Pero esta impresión de retirada del cristianismo es una ilusión. Siguen perdurando las lógicas que desde hace veinte siglos impregnan de modo fundamental el funcionamiento de la sociedad europea. Los valores permanecen inalterados (honrar a los padres, amar al prójimo, consagrarse a la patria, familia heterosexual, amor al trabajo, preferir las virtudes a la maldad, etc). El adversario metafísico está menos en el Vaticano que en la conciencia e inconsciencia de la gente, que sigue transmitiendo estos valores de forma irracional. De ahí la necesidad del enfoque hedonista.

El sufrimiento, en la ética hedonista, encarna el mal absoluto. El sufrimiento será el punto de partida de este análisis. Para que una vida sea digna, para que merezca la pena ser vivida, la suma de placeres debe ser mayor siempre que la suma de los displaceres. Sufrimiento, pues, como mal absoluto. Tanto el experimentado como el infligido. En el caso del nacimiento de un niño con problemas, en el caso de un embarazo no deseado, en el caso de advenimiento de problemas mayores por dar a luz que por no hacerlo, se dan los dos factores: sufrimiento experimentado y sufrimiento infligido. La aritmética es sencilla.

El bien absoluto coincide con el placer definido por la ausencia de perturbaciones, la serenidad adquirida, conquistada y mantenida, y la tranquilidad de alma y espíritu. Y además, el placer nunca se justifica si el precio es el displacer del otro. El otro me requiere ante la perspectiva de una relación exitosa capaz de causar mi satisfacción. Su placer es constitutivo del mío. Lo mismo que su displacer.

Consideremos el aborto post-natal (Hipótesis 2) como una eugenesia. En sí, la eugenesia se define como una técnica que permite producir una descendencia en las mejores condiciones para el individuo (salud privada) o la colectividad (salud pública). Por su uso, puede ser liberal, si sirve para generar el máximo de beneficios para los laboratorios al comienzo de los procedimientos; racial, si (a la manera nazi) aspira una humanidad supuestamente regenerada y purificada de sus pretendidas miasmas; católica, cuando promueve el estricto respeto por la vida transformada en una especie de fetiche por un culto de índole pagana, al punto de alabar los productos patológicos de la naturaleza como pruebas que envía Dios; consumista, cuando pone la técnica al servicio de fabricación de envolturas según los cánones del momento (rubias de ojos azules de grandes tetas y encéfalo pequeño, etc.). En todo caso, opciones moralmente indefendibles. Por tanto la eugenesia sería condenable por el epíteto que la califica.

Pensemos en la eugenesia libertaria. ¿Qué significa? Una estrategia de evitación y un objetivo muy simple: aumentar las posibilidades de la presencia de felicidad en el mundo, partiendo del principio de que la enfermedad, el sufrimiento, la minusvalía, el dolor físico o psíquico, merman la alegría de la potencialidad existencial. Así pues: disminuir las posibilidades de la presencia de dolor en el mundo.

El eugenismo libertario no produce subhombres ni superhombres, sino sólo hombres: permite una igualdad de acceso a toda la humanidad; rectifica las injusticias naturales e instaura un reino de equidad cultural. Luego, no bien llega el ser al mundo, permite una medicina predictiva antes de que se declare la enfermedad, que así puede impedir; elimina, por lo tanto, tratamientos dolorosos e incapacitantes, las numerosas patologías ligadas a las curas, como también los efectos secundarios de los que nunca habla la industria farmacéutica.

La medicina transgenérica que acompaña a la eugenesia libertaria frena la omnipotencia de la medicina agonística que, la mayor parte del tiempo, combate el mal con otro mal. Define una medicina distinta, pacífica, que neutraliza la aparición de la negatividad a la manera de las artes marciales.

Tesis sobre la Hipótesis 3: Riesgos de salud física/psicológica en la mujer (tanto para estado de feto con buena salud como para estado de recién nacido con buena salud). Hay que dividir la casuística:

-Riesgos de salud física para la madre para estado de feto con buena salud: debe ser la madre quien decida libremente.

-Riesgos de salud física para la madre para estado de recién nacido con buena salud: aunque a priori no consigo imaginar ninguno, la madre deberá decidir libremente

Tesis sobre la Hipótesis 4: Causas exógenas: cambio de estatus de la pareja, condiciones económicas, condiciones de entorno, etc… (tanto para estado de feto con buena salud como para estado de recién nacido con buena salud). Debemos, para plantear la tesis, realizar una pregunta previa: ¿Por qué tener hijos? ¿En nombre de qué? ¿Para hacer qué? ¿Qué derecho tenemos de traer a la nada a un ser al que sólo le proponemos una breve estancia en la tierra antes de retornar a la nada de donde proviene? En gran parte, engendrar corresponde a un acto natural, a una lógica de la especie a la que obedecemos ciegamente, cuando semejante operación, pensada desde el punto de vista metafísico y real, debería responder a una elección razonable, racional e informada.

Hay que medir las consecuencias de infligir la pena de vida a un “no ser”. ¿Es tan extraordinaria, alegre, feliz, lúdica, deseable y fácil la vida que les obsequiamos a los cachorros de hombre? ¿Es necesario amar tanto la entropía, el sufrimiento, el dolor, la muerte que, a pesar de todo, ofrecemos ese trágico regalo ontológico?

El niño que nada ha pedido tiene derecho a todo, en especial a que nos ocupemos de él de forma total y absoluta. La educación no es crianza, aquello que suponen los que hablan de educar a los hijos, sino la atención a cada instante y a cada momento. El adiestramiento neuronal necesario para la construcción de un ser no tolera ni un segundo de desatención.

Se necesita bastante inocencia e inconsecuencia para emprender la construcción de un ser cuando a menudo, muy a menudo, no se dispone siquiera de medios para una escultura de sí o de una construcción de su propia pareja en la forma que conviene a su temperamento. Ya lo dijo Freud: se haga lo que se haga, la educación es siempre fallida.

En cualquier caso lo que importa es no contraer un compromiso que esté por encima de lo que se puede cumplir. El contenido del contrato no debe exceder las posibilidades éticas de los participantes. La libertad de elegir incluye la obligación de cumplir.

Hemos referido más arriba la frontera de la semana veinticinco para poder evaluar y posicionarse ante una nueva situación. Veinticinco semanas de reflexión deben ser suficientes para firmar un contrato con esa persona en potencia. Si la meditación da como resultado la decisión de abortar, no existe reproche moral. Si el resultado es lo contrario, se produce un contrato. Aquí no caben los cambios de idea o los caprichos infantiles. El contrato, el compromiso, debe ser respetado. No puede existir un amparo legal o conceptual para proteger veleidades o inconsistencias. Y, llegado el caso fatal, la opción de adopción debe ser contemplada, lo que inhabilita la Hipótesis 5ª.


Tesis sobre la Hipótesis 5ª: La adopción no es la mejor solución por la angustia psicológica que se produce en la madre que da en adopción (incapacidad de elaborar la pérdida y hacer frente al dolor). Inaceptable contemplar el aborto post-natal como mejor solución para evitarle, a la madre que no ha respetado el contrato o el compromiso contraído en el momento de la concepción del recién nacido, la angustia psicológica que se deriva de dar en adopción a su hijo. Habría que contrapesar la angustia psicológica de suprimir una vida sana. El remordimiento. Los fantasmas de la culpa. Me pregunto cómo se elabora la aceptación de una decisión de suprimir una vida por motivos como cambio de estatus de la pareja, condiciones económicas, condiciones de entorno, etc… Volviendo al enfoque hedonista, si mi renuncia a la educación y cría de mi hijo me genera más satisfacción que dolor, si mi entrega a otras personas dispuestas a darle lo que yo no estoy dispuesto genera más satisfacción a ellas que dolor, si la aritmética de toda la operación es más positiva que negativa, entonces la adopción, en contra de las teorías promulgadas por Giubilini y Minerva, es una opción más válida que la eliminación de una vida.